La violencia enloquecida de nuestros tiempos Consideraciones desde el psicoanálisis de orientación lacaniana

Sérgio Laia

 

Viviana Berger: En principio queremos agradecer la hospitalidad de la UACM, que nos abrió las puertas para alojar la conferencia pública que nuestro invitado internacional – Sergio Laia – proveniente de Brasil, ha preparado para compartir con nosotros. Agradecemos al Maestro Antonio Rabasa así como a nuestro colega Amorhak Ornellas por la intermediación en el lazo con la institución.

En segundo lugar, les queremos presentar formalmente a Sergio Laia.

Es Doctor en Letras (Universidad de Minas Gerais) y Magister en Filosofía.

Es miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y de la Escuela Brasileña de Psicoanálisis. Es profesor e Investigador de la Universidad Fundación Mineira de Educación y Cultura (Fumec) e Investigador con Beca de Productividad del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico.

Ha sido Director del Instituto de Psicoanálisis y Salud Mental de Minas Gerais.

Es autor de múltiples artículos difundidos en diferentes medios, de diferentes lenguas, y del libro: Metamorfosis de la familia (CIEC, Córdoba, Argentina, 2007).

Además del recorrido analítico y la consistencia de su formación, nos interesó especialmente que Sergio cuenta con una vasta experiencia en el trabajo y supervisión en programas gubernamentales y de organizaciones no gubernamentales, diseñados para atender y trabajar multidisciplinariamente en relación a la reducción de la violencia en la ciudad.

Algunos de uds. ya han leído algo acerca de esto en nuestra página web o a partir de la nota que ha publicado el Diario Reforma en estos días. Sergio ha sido supervisor en un programa que prestaba asistencia a jóvenes relacionados con problemas con el narcotráfico y cuestiones de prostitución. Y también ha trabajado muy intensamente en un programa denominado «Fica Vivo» (la doble acepción de Permanece Vivo y Sé listo!), que ha tenido en Brasil un éxito muy significativo – una reducción de los asesinatos entre jóvenes que pertenecen a pandillas de las favelas, de un 70 %, y que ha sido reconocido por el Banco Mundial y la ONU como un modelo exitoso para intervención en áreas violentas.

Entonces, nuestro interés particular y nuestras expectativas en relación a la experiencia y al saber que ha acumulado Sergio, es en esta ocasión, interrogarlo acerca de cuáles serían los aportes que específicamente puede hacer el psicoanálisis en relación a esta problemática tan acuciante que vivimos en estos tiempos y especialmente, en este momento tan particular de México.

Obviamente, es un tema muy complejo que requiere de cada especialista en su disciplina. Nosotros, en tanto que psicoanalistas, queremos iluminar y transmitir algunos lineamientos psicoanalíticos que puedan sumar herramientas para interpretar – entender desde esta perspectiva -, y abordar esta problemática que «enloquece» en estos tiempos.

En este sentido entonces, nos despierta gran curiosidad cómo sería esto de «la palabra» operando en estas cuestiones. Porque los policías aportan sus métodos, su fuerza, las armas, la investigación, el combate. Pero, evidentemente eso no alcanza. No se trata de combatir la violencia con más violencia. No se sale así de la barbarie. Es un tema que exige un trabajo mancomunado desde los diversos campos: de la ley, de la salud, de lo social, etc.

Recordaba a propósito de esto dos historias:

La historia de los hijos de Pablo Escobar y del Ministro de Justicia, Galán, que se retrata en la película «Los pecados de mi padre», donde los hijos de estos padres, víctimas de la violencia y marcados por las historias de sus padres, asumen una posición propia en relación a sus predeterminaciones familiares, en la búsqueda de un camino orientado por su deseo más que por la venganza, que les posibilite trascender las pasiones, el resentimiento, ir más allá de los dolores, y marcas que cargan por sus historias y orígenes.
Y leía, en contraste,
Un testimonio que Marcola – Marcos Camacho, dirigente de la organización criminal brasileña Primer Comando de la Capital, que les comparto:

«Soy una señal de estos tiempos. Yo era pobre e invisible. Ustedes nunca me miraron durante décadas (…) El diagnóstico era obvio: migración rural, desigualdad de ingresos, villas miseria (…) ¿Qué hicieron? Nada (…) Nosotros sólo éramos visibles en los derrumbes de las villas (…)
Ahora somos ricos con la multinacional de la droga. Y ustedes están muriendo de miedo. Nosotros somos el inicio tardío de su conciencia social… Nosotros no tememos a la muerte. Ustedes mueren de miedo. Ustedes nos transformaron en super stars del crimen (…) Ustedes tienen miedo de morir, yo no (…) Nosotros somos hombres-bomba. En las villas miseria hay cien mil hombres-bomba (…) La muerte para ustedes es un drama cristiano en una cama. La muerte para nosotros es la comida diaria, arrojados a una fosa común (…)
(…)
Ustedes, intelectuales, ¿no hablan de lucha de clases, de ser marginal (…)? Entonces ¡llegamos nosotros! (…) No hay más proletarios o explotados. Hay una tercera cosa creciendo allá afuera, cultivada en el barro, educándose en el más absoluto analfabetismo, desplomándose en las cárceles, como un monstruo Alien escondido en los rincones de la ciudad. Ya surgió un nuevo lenguaje. Esto es otra lengua. Están frente a una especie de post miseria Y la post miseria genera una nueva cultura asesina.

Una denuncia y un discurso que alega por las miserias y penurias de muchos pero que toman un camino de la violencia y la criminalidad. Fíjense que dice: «Ya surgió un nuevo lenguaje». Yo me pregunto si es un lenguaje, si hay Otro, y de qué Otro se trata, qué consecuencias tiene este Otro tan particular del lenguaje que proponen. Porque el hijo de Pablo Escobar dice en el film: «Yo sabía que si quería vivir tenía que seguir un camino diferente de mi padre». Él hace una elección, y elige vivir. Hay que ver qué posibilidades de elección tienen los que se suman al narcotráfico. Según Marcola, son hombres bomba, que no temen a la muerte.

Me da la impresión que el psicoanálisis puede escuchar esa desesperanza e iluminar sobre otras estrategias, otra Otredad, que pueda alojar estas reacciones con otro destino, introduciendo recursos y una estructura más adecuada para generar condiciones de responsabilidad y una salida para los sujetos que quedan acorralados en las opciones criminales.

Le dejo entonces, la palabra a SL.

 

La violencia enloquecida de nuestros tiemposSérgio Laia: El término violencia no suele aparecer en los escritos y en las clases del Seminario de Lacan, especialmente si consideramos ese término en una perspectiva conceptual. Es decir, podemos encontrarlo en su enseñanza pero sin conferirle un estatuto de concepto psicoanalítico. Lo mismo ocurrió con Freud, aunque haya producido elaboraciones importantes sobre el malestar de la civilización y sobre la guerra. En la misma línea, encontramos a otros psicoanalistas que siguieron a Freud y se ubicaron antes de Lacan, los llamados «post-freudianos», no me parece encontrar entre ellos una conceptualización sobre la violencia, aunque algunos como Anna Freud y Melanie Klein o educadores influenciados por el psicoanálisis como August Aichhorn, han trabajado con niños y jóvenes calificados de «delincuentes», muchos de ellos víctimas de los horrores de la guerra o del abandono de sus familias.[1] Es en este contexto que podemos afirmar que, si hay un término que ganó espesura conceptual en el psicoanálisis y tiene algo que ver con la violencia, es el término «agresividad», que sin duda fue concebido de modos diferentes desde Freud hasta Lacan. Pero «agresividad», en nuestros tiempos, resuena como una palabra todavía muy limitada para leer las proporciones con que la violencia nos invade.

La dimensión enloquecida que ha tomado la violencia en nuestros tiempos y su insistencia nos lleva a incluirla en nuestras elaboraciones conceptuales y a lidiar con ella. La concepción psicoanalítica de la «agresividad» es todavía fructífera, particularmente si la tomamos como Lacan pudo trabajarla.[2] Pero también considero importante darle, si puedo decirlo así, una suerte de upgrade, para que ella pueda servir a nuestros aportes a propósito de la violencia hoy y para que el psicoanálisis no sea despreciado en las estrategias actuales para combatir a la violencia. Se trata, entonces, de utilizar el término «violencia» para hacernos escuchar, sin que esa posibilidad de una participación en el debate contemporáneo sobre la violencia implique la pérdida de nuestros principios y el abandono de nuestros conceptos.

La violencia «insoluble» y «nuestro» insoluble
La violencia enloquecida de nuestros tiempos no se presenta directamente en nuestra práctica en el consultorio. Se nos presenta en tanto psicoanalistas en las convocatorias que nos hace el Otro social. Somos convocados para ayudarlos a enfrentar eso que, bajo la forma de actos violentos, se les impone muchas veces como un «problema insoluble».

No considero una posición sostenible para ningún psicoanalista plantear que el psicoanálisis de orientación lacaniana vaya a solucionar el problema de la violencia del mundo. Pero, al mismo tiempo, el futuro del psicoanálisis no me parece apartado de lo que podamos decir sobre la violencia e incluso de nuestras intervenciones a propósito de los actos violentos.

No es psicoanalítico, si puedo decirlo así, sobre todo en la orientación lacaniana tratar el insoluble como si fuera soluble. Freud, lo sabemos, hizo de un crimen el principio mismo de la cultura – y no fue un crimen cualquiera–, fue un parricidio.[3] Convocado a contestar la cuestión acerca de por qué la guerra, a explicar por qué los hombres suelen matar unos a los otros, Freud desplegó una perspectiva de la guerra como interminable, aunque nombrarla así no es lo mismo que considerarla justificable.[4]

Lacan, a su vez, ubicó la función constituyente de la agresividad en relación con el otro y hacia el final de su enseñanza, no solamente anticipó el progreso de la segregación y del racismo en nuestros tiempos, sino más bien afirmó que la función constituyente del lenguaje para los seres humanos no los aparta de alguna cosa que el lenguaje segrega, es decir, no alcanza con procesar, representar, simbolizar.[5]

Por fin, el psicoanálisis post-freudiano, cuando se propuso extender los espacios de aplicación de los hallazgos clínicos y solucionar problemas generados por la violencia y la segregación, terminó haciendo muchas veces el descubrimiento freudiano de tomar el rumbo de su reverso, es decir, de una normalización que aplasta las diferencias y se impone como válida para todos.[6]

Si la violencia, incluso en su presentación actual como «enloquecida», es ubicada muchas veces como «insoluble» por el Otro social, sostengo que el psicoanálisis de orientación lacaniana puede leer seriamente ese «insoluble». Se trata de inventar una posición que al mismo tiempo podrá responderlo sin desmentir el real que ese «diagnóstico» de «insoluble» me parece resaltar, aunque no siempre del mejor modo. Se trata entonces de bien-decirlo, porque quizás debido al aspecto maldito de la violencia, el diagnóstico sobre su insolubilidad es un mal-dicho, o sea, no logra decir muy bien alguna cosa, no alcanza abordarla precisamente, ni a percatarla de modo riguroso.

Lacan nos enseña que tomar un problema seriamente no es solamente hacerlo con seriedad, sino más bien ponerlo en serie, despejar las cadenas que él pone en marcha o las cadenas de donde proviene. Se trata entonces de lidiar con la insolubilidad de la violencia considerándola como si fuera un precipitado, un resto que no se disolvió ni va a disolverse en esa solución para el malestar llamada «cultura». En este contexto, desde la orientación lacaniana, el tratamiento de la violencia enloquecida de nuestros tiempos es diferente de las propuestas que buscan de modo idealista rescatar a los niños y jóvenes extraviados para el «bueno camino», sea este camino balizado por la religión, la comunidad, el trabajo o la política. Al mismo tiempo, el rumbo que se puede desplegar desde la orientación lacaniana es también diferente para tratar la insolubilidad de la violencia con la fuerza que se propone, por ejemplo, eliminarla de los espacios en que ella se presenta, confinarla simplemente en las prisiones o en las periferias de las ciudades, tomándola como el reverso de lo humano y siempre contestándola con otra violencia que, como lo vemos tantas veces, termina por generar todavía más violencia.

La violencia es cosa humana: por más animalesca y hedionda que sea, sigue siendo humana. Se puede abordar, desde el psicoanálisis de orientación lacaniana, como un decir extremo, un decir-límite muy involucrado con actos que se imponen cuando las palabras fallan. Aunque es un decir, ocurre delante de un precipicio enmarcado por una ausencia de referencias, que suele abrirse delante de los sujetos tragándolos sin muchas chances de defensa. En este contexto, los actos violentos literalmente se precipitan como si fueran «legítimas defensas». Es muy frecuente que al preguntarle a un joven infractor sobre lo que lo hizo actuar violentamente, él, conteste algo así: «no lo sé, pasó de repente, como si fuera a partir de la nada, ‘me pintó’[7] y cuando lo vi, ya estaba hecho».

Lacan nos ofrece el matema del fantasma para cernir este tipo de apagamiento del sujeto delante de alguna cosa que se le impone: $ <> a. Pero la violencia enloquecida de nuestros tiempos parece exigirnos un giro en ese matema. Es, sin embargo, un giro que no implica su cambio completo, tampoco su abandono. Se trata más bien de un giro que lo aclara, que muestra todavía más lo que está en juego en el fantasma. Lacan incluso ya lo había hecho en su escrito donde conjugó la moralidad de Kant con la perversidad de Sade:[8] a à $ –el sujeto tachado ($) surge en el campo del Otro por una operación donde un sujeto intenta librarse de la barra que enmarca su castración ofreciéndose como un instrumento, un objeto (a) de una voluntad de goce que no deja de serle oscura.

Un acto violento se precipita como un decir-límite, se muestra muchas veces impermeable a una conversación, a una disposición a comprenderlo, a una escucha interesada para descubrir sus motivos. Este tipo de acto, en las circunstancias abordadas en este texto, suele también angustiar mucho al Otro social y se impone cuando el sujeto queda en posición de objeto, reacciona y, porque se involucra a algo enigmático para ese sujeto, la única respuesta presentada para «justificar» su acto violento es lo siguiente: «me pintó».

Frecuentemente los jóvenes infractores no encuentran palabras para describir sus actos y si las encuentran son palabras que suelen repetir escenas de la infracción cometida, que intentan describirlas objetivamente o que buscan, de acuerdo a lo que ellos mismos suponen que el otro quiere escuchar, para ubicarlos como sus verdugos y en sus fantasmas, quedar fijados como instrumentos de un goce que les toma oscuramente sus cuerpos.

Por ello la perspectiva contemporánea de que todo debe ser dicho, de que hablar es siempre bueno y sano o los proyectos socioeducativos actuales de restauración de una «auto-estima» gracias a la práctica de actividades laborales o artísticas, no siempre logran los resultados más interesantes con estos jóvenes, aunque en algunos casos, pueda funcionar para insertarlos en actividades sociales más dignas que la vida criminal.

La violencia enloquecida de nuestros tiempos suele exigirnos una presencia que pueda soportar lo insoportable que en ella se impone y –eso es lo más difícil– que pueda soportarla sin el recurso al sacrificio, a un ideal y a la fuerza. No es simple soportar ese horror y tampoco se puede soportarlo todo el tiempo. Por ello, Lacan, sensible al abismo abierto por el encuentro con un resto insoluble, nos ofrece una doble y paradójica orientación: en su clínica un psicoanalista lidia con «el real imposible de soportar»[9] y, al mismo tiempo, «tiene horror a su acto».[10] Lacan también nos enseña que ese insoportable y ese horror no son enfrentados sin que el analista los descubra, él mismo, en su propia experiencia analítica, en su análisis personal, en los modos en que esa satisfacción pulsional llamada goce le atrapa el cuerpo o en los impases como analizante para separarse de su analista y «devenir psicoanalista de su experiencia misma».[11]

Desde el psicoanálisis de orientación lacaniana se trata entonces de soportar –sin el recurso al sacrificio, al ideal y a la fuerza– lo insoportable y el horror provocados por la violencia, porque no se trata solamente de tomar el acto violento como un decir-límite, sino también desde una posición-límite. Un psicoanalista para Lacan se ubica en una posición-límite porque no se produce sin el encuentro con algo residual, con un resto inasimilable que se despejó en su trabajo como analizante. El sacrificio, el ideal y la fuerza son modos todavía subjetivos para tratar el insoportable. A su vez, el psicoanálisis de orientación lacaniana nos convoca a ir más allá de nuestra posición subjetiva para tratar lo insoportable. En este más allá de su posición subjetiva, se encuentra la posición del analista como objeto a. Se trata, entonces, del mismo objeto provocador de los actos violentos y donde la substancia goce se condensa. Sin embargo, es diferente de las circunstancias donde la violencia se impone como la presencia del Otro oscuro. El recorrido por el análisis personal y por los controles de su clínica le permiten a un psicoanalista encontrar otros tipos de descargas diferentes de la violencia, para lo insoportable del goce condensado en la violencia. Ese recorrido posibilita a un psicoanalista encontrar un estilo singular de lidiar con lo insoportable sin darle la forma del Otro oscuro convocado por los actos violentos.

Subrayo la importancia del análisis personal para que uno pueda hacer frente a lo que se precipita en los actos violentos, también sé que esa vía no será recorrida por todos aquellos que de hecho van a trabajar, por ejemplo, con jóvenes aplastados por sus propios actos violentos. Tampoco sostengo que el trabajo a ser desplegado con eses jóvenes sea necesariamente un tratamiento psicoanalítico. Pero me parece determinante que, en ese tipo de trabajo, haya psicoanalistas para orientarlo más allá de la vía sacrificial, de la perspectiva de los ideales y del uso brutal de la fuerza.

Wesley, el terrible [12]Él se presentaba como la «cabeza» de una pandilla reconocida, no solamente, por sus infracciones sino más bien y paradójicamente por su desorganización, su falta de rumbo y por el hecho de que sus miembros se asesinaran ellos mismos entre sí. Se trataba entonces, de una pandilla muy mirada por las pandillas rivales. Él se hizo fama como «el matador», «el tipo que se dispone a todo». Al mismo tiempo, a este muchacho tan terrible y tan «macho» le gustaba poner a su madre por encima de todo: «madre», solía decir, «es una sola, le debo mi vida y los cuidados, por lo tanto, tengo con ella una deuda impagable y solamente podré pagarla muriendo». Este tipo de declaración resuena en los versos de una canción difundida en el año 2003 por un grupo brasileño de rap, constituido por prisioneros de una cárcel de San Pablo, llamados Detenidos del Rap, que dice así: «Amor es solamente el de la madre, todo el resto no pasa de odio puro». Con sus historias muchas veces reducidas al lazo con la madre, muchos jóvenes van a encontrar en la infracción y en la violencia, perspectivas para buscar una separación que, sin embargo, solamente va a alienarlos todavía más en ese tipo de «cárcel particular» tramada por el dominio materno y la dimisión del padre en la «transmisión de una constitución subjetiva» que los enmarca.[13]

En la historia de Wesley, según sus palabras, el padre vive «borracho y no ayuda nada en la casa». Le restó entonces, la vida criminal como un modo de vivir y todavía de cuidar a la madre enferma que durante tanto tiempo le ha dedicado sus cuidados. A su vez, la madre lo reconoce de una manera muy peculiar, Wesley tiene por delante siete procesos judiciales a los que debe responder relacionados con la portación ilegal de armas, asaltos y la sospecha de homicidio. Frente a esta situación su madre lo defiende como si fuera inocente mientras que, en su vida cotidiana con el hijo, no confía en sus palabras, no le cree.

Tras empezar a frecuentar un taller del Programa «¡Fica Vivo!»,[14] Wesley es detenido por la policía. Siendo menor de edad, va a ser trasladado a un «Centro de Internación Provisoria» (CEIP), según la recomendación de una Jueza, para que siga una medida judicial de protección socioeducativa caracterizada por un «régimen semicerrado». Así Wesley es privado parcialmente de su libertad, es internado en una institución socioeducativa pero, le es permitido desarrollar algunas actividades educativas y laborales afuera de ese establecimiento. Aunque atrapado por ese régimen, logrará todavía huir algunas veces de donde lo debía cumplir y llegará incluso a actuar en nuevos homicidios. Tras la primera de esas huidas, el coordinador del taller donde Wesley estaba inscripto antes de encontrarse en el régimen semicerrado de libertad le informa que un profesional del Programa ¡Fica Vivo! empezará a acompañar su caso en la Justicia. A su vez, este joven a modo de intervención, le dice que: solamente cuando mate tres personas más, se quedará tranquilo, incluso cuando la policía pudiera matarlo. Se ve la decisión de este joven: para pagar su deuda con la madre entrega a sus «verdugos» la libra de carne que toma la forma de su propio cuerpo. Al mismo tiempo, dice que le gusta saber que en el ¡Fica Vivo! se interesan por su caso, le encanta que alguien pudiera interesarse por su muerte, sirviéndole como una suerte de «testigo ocular» de su desgracia.

Atrapado una vez más por el régimen semicerrado, Wesley –aunque siempre dispuesto a huir y a burlarse de la Justicia como un modo paradojal de hacerse mirar y escuchar– decide pedir al profesional del ¡Fica Vivo! permiso para escribirle una carta a la jueza que se encargaba de su caso. No le gustaba quedarse en ese régimen y vislumbraba que, si pudiera cambiar eso, quizás daría otro rumbo a su vida. Pide que esa carta fuera escrita diciéndo: «una palabra cambia todo».

Aunque sea sorprendente escuchar algo así de un joven como Wesley y aunque el profesional se dispusiera a encaminar tal carta a la jueza, él no logra esperar por la respuesta. Su urgencia subjetiva no le confiere lugar a la espera por la palabra que parece empezar a buscar. Una vez más, va a huir para, otra vez, terminar atrapado por la policía.

En su regreso a la institución destinada al régimen semicerrado, Wesley va a decir lo siguiente al profesional del !Fica Vivo!: «Si yo quisiera huir, lo haré, no me importa en qué lugar me encuentre». Pero esta vez, él recibe de ese mismo profesional una respuesta que lo ubica más allá de los ideales de la justicia y de la compulsión a la transgresión, más allá del sacrificio del sujeto, de los ideales del aparato judicial y de la fuerza de la policía. Lo veremos, al final de este párrafo, que se trata de una respuesta donde se puede encontrar una suerte de rasgo psicoanalítico, un estilo lacaniano de intervención porque convoca a la responsabilidad de un sujeto delante de su propio modo de gozar. De hecho, en sus actos violentos, Wesley dispone su cuerpo en un trayecto donde Freud y Lacan nos muestran la presencia de una satisfacción pulsional como acéfala, es decir, la presencia de un goce que no toma en cuenta esa «cabeza» que un sujeto pudiera ser con respeto a lo que él hace aunque sin saberlo conscientemente. Por ello, Wesley no se ubica exactamente como un sujeto de sus actos violentos y los logra ubicar solamente en esa oscuridad de la frase «me pintó». En el montaje pulsional de su economía libidinal, él va a surgir muchas veces de un modo aplastado como si no estuviera allí, como si no tuviera nada que ver con su modo de goce. Igual que ocurre en su «función» como «cabeza» de una pandilla que, de hecho, es terriblemente desorganizada en ese contexto, sin «cabeza», sin uno que pudiera darle un rumbo. Frente al impulso y a la insistente decisión transgresora de Wesley a huir, el profesional del ¡Fica Vivo! le contesta lo siguiente: «La cuestión no es huir o no huir, sino quedarse o no, te toca a ti la palabra final».

Con esa intervención, se intenta abordar el insoportable que toma el cuerpo de Wesley sin simplemente intentar aplastar o, al contrario, destacar todavía más lo terrible que se impone a su vida, es decir, sin hacer concesiones a ese joven porque él, por ejemplo, seria alguien que no ha tenido mucha suerte en la vida o sin imponerle todavía más violencia. Por lo tanto, diferente de lo que muchas veces suele ocurrir en los medios jurídicos y sobre todo en la acción de la policía, se trata de una intervención que no busca desmentir el real insoportable que toma el cuerpo de Wesley y lo impulsa a actuar. Se sabe que ese sujeto fue abandonado por un padre que se apartó de la vía del acto tomado por un bien-decir y no ofreció a su hijo muchos puntos cardinales en esa vía. Se nota la falla de esa transmisión del padre porque, según Wesley, su padre vive «borracho» y «sin hacer nada»: el modo como ese padre elige el objeto oral en la adición alcohólica y su descompromiso con el hacer lo aparta de una presencia como una suerte de vector de la conyugación del deseo y de la ley en la vida de Wesley porque, tomado por su vicio y su inacción, él no logra dedicarse a su mujer, ni al modo como ella encarna el «deseo de la madre» delante Wesley, su hijo.

En tales circunstancias, como pude también constatar en una investigación pautada en 101 casos inscriptos en el Programa de Protección a los Niños y Adolescentes Amenazados de Muerte (PPCAAM),[15] un sujeto puede hacerse prisionero del «amor materno» para defenderse de lo que se le presenta como «odio puro». En esa elección forzada entre el «dominio materno» y el «odio puro», se arma la operación de alienación donde muchos jóvenes infractores gravemente involucrados con la violencia urbana buscan subjetivarse. Se trata de una alienación porque esas dos alternativas son de hecho las dos caras de una misma moneda: el pago de la deuda a la madre no se hace muchas veces sin la muerte del hijo y esa muerte, según Lacan ya nos enseñaba en 1938, es el retorno a la «imago materna» corporificada, por ejemplo, en la tierra que «acoge» los muertos[16] –en ese retorno, se nota cuanto del «amor materno» no se encuentra siempre tan lejos de lo que se impone como «odio puro». Así, no es tampoco sin razón que la vía criminal adoptada por estos jóvenes suele operar como una suerte de separación salvaje y, por supuesto, malograda, del «dominio materno»: con sus libertades protegidas por la Justicia, semicerrados en instituciones sociopedagógicas o completamente involucrados en sus pandillas, ellos intentan alejarse de sus madres pagándoles –con los «saldos» de los actos infractores– la «deuda» que les hicieron perseverar en la precaria existencia de sus constituciones subjetivas, pero al mismo tiempo provocan el «odio puro» con los actos terribles que practican y, en muchas circunstancias, son solamente sus madres que suelen aparecer como partenaires de los recursos educativos y socio-judiciales que buscan sacarlos de la vida criminal.

Aplastado terriblemente en su constitución subjetiva a punto de ubicarse más bien como si fuera solamente un objeto, sin poder contar mucho con la transmisión de recursos para lidiar con esa causalidad de lo real nombrada por él como «me pintó», Wesley va a recurrir, igual que muchos otros jóvenes infractores tomados por actos violentos, a un modo paradójico de hacerse sujeto imponiéndose, no sin silenciosamente dividirse y angustiarse, como «el terrible». En este contexto se le ofrece a Wesley otra versión del amor al mismo tiempo diferente del «amor materno» y del «odio puro», pero que no pueda ser menos terrible. Esa «terribilidad», si puedo decirlo así, es el modo de presentarse con una palabra que involucra su modo de goce. Le dice entonces, el profesional del ¡Fica Vivo!, quizás todavía más terrible que la célebre sentencia de Hamlet, «la cuestión no es huir o no huir, sino quedarse o no, te toca a ti la palabra final».

Wesley, el padre
Tras presentar a Wesley la responsabilidad terrible involucrada en la dimensión del acto, el profesional del ¡Fica Vivo! le indica también que si llegara a echarlo de menos, sabe donde encontrarlo. Tres semanas más tarde, la madre de Wesley busca al profesional a pedido de su hijo diciéndole: «Él quiere que usted lo saque de donde se encuentra». En el momento en que se retoma el contacto, Wesley comenta que, en breve, será padre. Pero también sostiene que no le interesa que su hijo sea cuidado por la chica que es la madre porque ya no tiene ningún lazo con ella. Manifiesta su decisión de quedarse con el niño tras su nacimiento y no dejar jamás que la madre lo vea. Encontramos en esta «decisión» otro modo de postergar su separación del dominio materno, una vez que pasa a vislumbrarse como si pudiera sustituir integralmente, como padre, la función de una madre delante de su recién-nacido. Más allá de esa apreciación, me parece todavía posible indicar la extensión del dominio materno en esa «decisión» de Wesley porque, en otras circunstancias similares, muchos jóvenes que se tornan padres y dispensan a las madres del cuidado de sus hijos terminan entregándolos al cuidado de las abuelas.

Una nueva intervención del profesional se presenta en dos tiempos: primero, pregunta a Wesley si va hacer del hijo un fugitivo igual que el padre. En los términos lacanianos de la «Nota sobre el niño»,[17] esa pregunta me parece sostener lo siguiente: «lo que quieres transmitir al hijo ¿es la huida?» En seguida, le dice también: «Lo importante no es deshacerse de la madre, pero sí ubicarla en su lugar, porque usted sabe muy bien no solamente lo que es una vida enmarcada por el huir sino también cómo una madre sin el padre, suele ser un riesgo para un niño».

Lamentablemente, no sabemos los efectos que esta intervención en dos tiempos tuvo sobre el probable ejercicio de la paternidad de Wesley. Sin embargo, al permitirse evocar su futura posición como padre, este joven me parece que no solamente demuestra más confianza en el profesional que lo escuchaba sino que, además, pudo hablar de temas en los cuales él padecía mucho más como sujeto sin aplastarse o dejarse aplastar y no estaba tan aplastado como si fuera un objeto. Cernir, entonces, la posición subjetiva de un sujeto que se encontraba oscurecido por la presencia del objeto me parece que es una orientación desde la enseñanza de Lacan para el trabajo con jóvenes infractores impulsados a actos violentos en los que ellos, de modo malogrado, intentan acceder a una separación frente a la dimisión del padre y al dominio materno que enmarca su constitución subjetiva.

¿Un cambio o simplemente todo cambia para volver al mismo lugar?
El profesional logra trasladar a Wesley a otra institución. Cuando ya se encontraba allí, una «guerra» explotó en la favela donde vivía Wesley, una «guerra» entre una pandilla y la suya. Nuevamente, se ve impulsado a huir y se lo comunica al profesional. Se ubica como el único que podría resolver este conflicto terrible. Tras preguntarle si él era de hecho el único capaz de resolver algo así y confrontado, una vez más, con el impulso de Wesley a la huida, ese profesional le presenta otra intervención terrible: «Usted sabe que puede huir siempre que quiera, ese no es su problema, la verdadera salida es buscar por qué usted no desea quedarse».

Wesley insiste todavía, con el argumento de que es peligroso quedarse allí porque sus enemigos saben donde él se encuentra. El profesional lo escucha sin intervenir y tampoco menciona, en la nueva institución, esta nueva amenaza de Wesley. La «guerra» se vuelve todavía más intensa y la pandilla de Wesley llega a proponerle un plan para sacarlo de donde estaba semiencerrado. Nuevamente el joven decide pedirle a la madre que vaya a buscar al profesional. Ella lo hace como mensajera de las siguientes palabras de su hijo: «Él no quiere más vivir huyendo».

Según me informó recientemente, contestándome un mensaje electrónico, Bernardo Mecherif Carneiro,[18] la elección de Wesley por no huir se sostuvo, aunque no podamos considerar que él vaya efectivamente a cumplir el régimen semicerrado hasta el final. No hubo una conclusión efectiva de la medida socio-educativa, pero no exactamente por una decisión de Wesley. Fue más bien la jueza responsable de su caso quien lo consideró un «caso insoluble» y prefirió, entonces, liberarlo del régimen donde lo había puesto. Se sabe que en libertad, volvió a su pandilla pero dejó de ser la «cabeza», que de hecho no lograba definirle un rumbo que lo proteja, para asumir, desde entonces, una función de liderazgo en el tráfico de drogas que ya practicaba.

¿Se puede decir que el pasaje de Wesley por el régimen semicerrado y su confrontación con las intervenciones del profesional produjeron lo que Lacan nombró como una «canallada»? En el Seminario 17, el pesado término «canallada» va a designar la operación por la cual «uno quiere ser el Otro […] el gran Otro de alguien, allí donde se esbozan las figuras donde su deseo será captado».[19] Sin duda, ser el jefe de una pandilla, sobre todo de un modo más organizado de lo que ocurría antes en el caso de Wesley, es una vía para presentarse como si fuera el gran Otro. Se sabe, incluso por investigaciones provenientes del campo de la sociología y no solamente desde experiencias de la acción lacaniana junto a jóvenes involucrados con el tráfico de drogas, que los líderes de las pandillas tomadas por este tipo ilegal de mercado suelen aparecer como «modelos de identidad» para muchos niños y adolescentes perdidos en la búsqueda de un rumbo para sus vidas, deseos y cuerpos, trastornados por la precariedad de la transmisión subjetiva recibida desde sus familias.[20] En ese contexto, Wesley quizás tendrá salida del aplastamiento de su ubicación subjetiva, es decir, de su posición de objeto para entonces imponerse como el Otro, el líder que se hace deseable para aquellos que se encuentran zambullidos en su dominio.

Pero el cambio de estar en posición de objeto hacia el lugar del Otro encarnado no es exactamente un cambio. Parafraseando la fórmula de Lampedusa,[21] se trata de un cambio que hace volver todo al mismo lugar de siempre porque, de hecho, el dominio de la madre no se impone sin que ella haga el Otro para su hijo capturándole el deseo. Por ello, aunque el lugar de Wesley como un jefe de pandilla diferente del que ya lo había sido lo ubique en una posición probablemente más viril, él sigue prisionero del «dominio de la madre». Su nuevo lugar de Otro no está tan lejos así del lugar de la madre.

Sin embargo, el pasaje por el «!Fica Vivo!» donde pudo ubicar algo de su posición subjetiva no me pareció dirigirlo exactamente rumbo a la probable canallada donde terminó involucrado. Sin duda, habría que sostener más aún el proceso de búsqueda por su posición subjetiva emprendido desde algunas intervenciones del profesional de ese proyecto: para un sujeto tan aplastado por sus actos, le hizo falta ubicar mejor su relación al modo de respuesta «me pintó». Quizás también su destino hubiera sido todavía diferente si no hubiera tenido que confrontarse con la decisión de la jueza de desistir de su caso…

Si la autoridad judicial no deja de ser para muchos jóvenes zambullidos en actos violentos, un recurso frente a la dimisión experimentada por parte de sus padres, el acto de la jueza de desistir de su caso pudo evocarle el abandono del padre. En esa repetición de lo que pudiera ofrecerle algunos parámetros para sus actos, Wesley recurre a ese modo malogrado de separación por la vía de la transgresión violenta. El hecho de seguir en esa vía probablemente de modo más organizado no le torna menos prisionero de una cárcel todavía más terrible. Se trata de una cárcel sin duda mucho más dominada por la figura de ese «amo absoluto» llamado Muerte, en la cual Lacan nos enseñó a detectar los rasgos terribles de esa máscara que la experiencia psicoanalítica encuentra muchas veces bajo algunas formas de la «imago materna».

Notas

* Doctor en Letras (Universidad de Minas Gerais) y Magister en Filosofía. Psicoanalista, AME de la EBP (Escuela Brasileña de Psicoanálisis) y de la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis). Profesor e Investigador de la Universidad Fundación Mineira de Educación y Cultura (Fumec) e Investigador con Beca de Productividad del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPQ). Ex Director del Instituto de Psicoanálisis y Salud Mental de Minas Gerais. Autor de múltiples artículos difundidos en diferentes medios, de diferentes lenguas, y del libro: Metamorfosis de la familia (CIEC, Córdoba, Argentina, 2007).

** Este texto se vale de una investigación, emprendida en 2008 y 2009, con el apoyo de la Fundación de Investigación del Estado de Minas Gerais (FAPEMIG) y del Programa de Investigación e Iniciación Científica (ProPIC) de la Universidad FUMEC (Fundación de Educación y Cultura del Estado de Minas Gerais). De hecho, es también el resultado de dos ponencias, realizadas el 25 de febrero y el 13 de julio de 2011, gracias a las invitaciones realizadas, respectivamente, por la Delegación de la Ciudad de México de la Nueva Escuela Lacaniana (NEL-México) y por la Maestría de Psicoanálisis sostenida por el Instituto Clínico de Buenos Aires (ICBA) en la Universidad Nacional de San Martín. Así, al mismo tiempo se retoma ahora lo que fue investigado, lo que fue presentado en esas dos ponencias y se aprovecha lo que fue entonces discutido para dar lugar a un texto con algunas diferencias en relación a sus dos versiones orales hechas en la Ciudad de México y en Buenos Aires. Se trata, todavía, de una oportunidad no solamente para, una vez más, agradecer las dos invitaciones, sino también reconocer lo que ellas permitieron avanzar la investigación propuesta en este texto. En la Ciudad de México, se buscó desarrollar un tema importante para nuestra actualidad y que pudiera interesar a un público constituido no solamente por psicoanalistas que se hace presente en las actividades que la NEL-México organiza con el apoyo de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, en el ámbito del Diplomado «Cultura, Derecho y Psicoanálisis: desde las perspectiva de los movimientos Sociales del Siglo XXI». La ponencia en México contó con una interesante presentación inicial sostenida por Viviana Berger, focalizada en una lectura sobre la violencia urbana desde el psicoanálisis de orientación lacaniana y se desarrolló con un foco en el psicoanálisis en extensión, pero no sin considerar la experiencia psicoanalítica proveniente de la clínica. En Buenos Aires, el punto de partida fue el curso de Adela Fryd sobre los «niños amos», expresión en la cual esa psicoanalista subraya el dominio que, particularmente en nuestra actualidad, los niños ejercen en sus familias y que es una suerte de efecto de la fragilidad de la función paterna y de la presencia avasalladora de la madre en las familias; por lo tanto, en el contexto porteño, se destacó la presencia de los «niños amos» en situaciones caracterizadas por la violencia urbana, aunque esas situaciones sean socialmente y económicamente muy diferentes de los ejemplos clínico-psicoanalíticos trabajados por Adela Fryd, se nota que ellas también pueden ser abordadas desde lo que la investigación científica emprendida en los años 2008-2009 llamó «dimisión del padre» y «dominio materno».

  1. Para Anna Freud, es interesante consultar sus consideraciones sobre «el mentir» y «el robar», así como sus elaboraciones sobre los temas «Insociabilidad, delincuencia, criminalidad como categorías diagnóstica de la infancia», «Deficiencias de la socialización» y «Transición de los estándares familiares a los estándares comunitarios», Freud, A., Infância normal e patológica (1965), Zahar Editores, Río de Janeiro, 1976, pp. 102-105, 147-162. Para una perspectiva histórico-crítica de la «educación psicoanalítica» pretendida por Anna Freud: Houssier,, F.,  Anna Freud et son école: creativité et controverses, Campagne Première/Un Parcours, París, 2010; Lacadée, P., Anna Freud et son école: une histoire mouvementée, La Cause freudienne 76, París,  2010, pp. 232-233. De Melanie Klein, mis referencias son los artículos «Tendencias criminales en niños normales» (1927) y «Sobre la criminalidad» (1934), que se puede encontrar en: Klein, M., The writings of Melanie Klein, The Hogarth Press, Londres, 1975. Finalmente, para la experiencia pedagógica de Aichhorn iluminada desde el psicoanálisis freudiano, hay el libro: Aichhorn, A., Jeunes en souffrance (1925), Les Éditions du Champ social, París, 2000.
  2. Para la concepción lacaniana de la «agresividad», se puede citar, entre muchas referencias, especialmente: Lacan, J., L’agressivité en psychanalyse (1948), Écrits, Seuil, París, 1966, pp. 101-124. No menos importantes para el tema desarrollado en este texto son: Lacan, J., Introduction théorique aux fonctions de la psychanalyse en criminologie (1951), Écrits, Seuil, París, 1966, pp. 125-150; Lacan, J., Premisses à tout dévelopement possible de la criminologie (1950), Autres écrits, Seuil, París, 2001, pp. 121-126.
  3. Freud, S., Totem e tabu (1913), Edição Standard Brasileira das Obras Completas de Sigmund Freud, Vol. XIII, Imago, Río de Janeiro, 1976, pp. 13-192.
  4. Freud, S., ¿Por qué la guerra?(1933), Edição Standard Brasileira das Obras Completas de Sigmund Freud, Vol. XXII, Imago, Río de Janeiro, 1976, pp. 245-259.
  5. Para la función constituyente de la agresividad en la relación con el otro, consultar los escritos de Lacan citados más arriba, en la nota 2, dedicada a ese término. A propósito de las consideraciones más tardías de Lacan sobre el lenguaje, la segregación y el racismo, hay elaboraciones importantes en «Alocución sobre las psicosis del niño» (1967), «Radiofonía» (1970), «Televisión» (1974), Lacan, J., Autres écrits, Seuil, París, 2001, pp. 361-372, 403-448 y 509-546.
  6. Laia, S., «El psicoanálisis aplicado a la terapéutica y la política del psicoanálisis hoy», V Jornadas de la Nueva Escuela Lacaniana (NEL): El reverso de la vida contemporánea: clínica y política del psicoanálisis,  NEL-Lima, Lima, 2009, pp. 85-100.
  7. Expresión adolescente que se usa en Argentina para aludir al fue así, no hay explicación.
  8. Lacan, J., Kant avec Sade (1963), Écrits, Seuil, París, 1966, pp. 765-790.
  9. Lacan, J., Ouverture de la Section Clinique (1977), Ornicar? Bulletin périodique du Champ Freudien 9, avril 1977, p. 11.
  10. Lacan, J., Lettre au Journal Le Monde (1980), Annuaire et textes statutaires, École de la Cause freudienne, París, 1982.
  11. Lacan, J., Proposition du 9 octobre 1967 sur le psychanalyste de l’École (1967), Autres écrits, Seuil, París, 2001, p. 243.
  12. Al largo de esta parte de texto y todavía más allá, cuando dichos del joven Wesley o intervenciones relacionadas a su caso son citados, estaré siguiendo un trabajo presentado el 3 de agosto de 2007 en el XV Encuentro Internacional del Campo Freudiano y III Encuentro Americano, por Bernardo Carneiro Micherif (relator), Ana Lydia Santiago, Bruna Albuquerque, Elaine Maciel y Marina Colares. Ese doble Encuentro ocurrió en Belo Horizonte del 3 al 5 de agosto de 2007. El título de ese trabajo,  que no fue publicado, es: «Libertad, aunque tardía o de la violencia al tratamiento de la deuda a la madre».
  13. Para la noción de «transmisión de una constitución subjetiva» me vallo de: LACAN, Jacques. Note sur l’enfant (1969). In: Autres écrits. Paris: Seuil, 2001, p. 373-374.
  14. ¡Fica Vivo! es un proyecto sostenido por la Secretaria de Estado de la Defensa Social del Estado de Minas Gerais, destinado al controle de homicidios en sitios urbanos donde hay un elevado índice de criminalidad. Su nombre significa «!Permaneced vivo!» y convoca a los jóvenes involucrados con la violencia urbana a no se dejaren atrapar por las soluciones mortíferas de la vida criminal, pero también se vale del uso que ellos hacen del término «vivo» para calificar uno que no hace tonterías y que es «avispado», «despierto». Ese proyecto, entre otros recursos, cuenta con talleres, coordinados por personas provenientes de eses sitios y que ya tienen las habilidades que se pretende desarrollar en eses talleres. Al mismo tiempo, está articulado a profesionales vinculados a los campos del Derecho, de la Educación, de la Psicología y de la Sociología. El recorrido de este proyecto ha recibido todavía muchos aportes de psicoanalistas de la orientación lacaniana y varios profesionales que allí trabajan siguen las actividades promovidas, en Belo Horizonte, por la Sección Minas Gerais de la Escuela Brasileña de Psicoanálisis (EBP-MG) y por el Instituto de Psicoanálisis y Salud Mental de Minas Gerais (IPSM-MG). Para un breve recorrido en las propuestas de este interesante proyecto: FARIA, Ludimilla Féres. Uma política de transmissão a céu aberto. Curinga, revista da Seção Minas Gerais da Escola Brasileira de Psicanálise, n. 22, junho de 2006, p. 183-187.
  15. Se trata de la investigación «La dimisión del padre y el dominio materno: incidencias sobre la violencia urbana», ya evocada en la nota introductoria de este texto. Ella se desarrolló en los años 2008 y 2009 y, en su parte empírica, contó con los casos inscriptos en el PPCAAM, proyecto sostenido por la Secretaria de la Defensa Social del Estado de Minas Gerais. El recogimiento de los datos sobre eses casos fue hecho por Marco Antônio  Cunha Oliveira y Rosemary Maria Silveira Costa que, entonces, eran estudiantes de Psicología otorgados, abajo mi coordinación, con becas, respectivamente, de la Fundación de Apoyo a la Investigación en el Estado de Minas Gerais (FAPEMIG) y del Programa de Investigación y Iniciación Científica (ProPIC) de la Universidad FUMEC (Fundación de Educación y Cultura del Estado de Minas Gerais).
  16. La articulación entre la muerte y el retorno a la imago materna es preciosamente abordado en las consideraciones lacanianas sobre el «complejo del destete»: LACAN, Jacques. Les complexes familaux dans la formation de l’individu (1938). In: Autres écrits. Paris: Seuil, 2001, p. 30-36.
  17. LACAN, Jacques. Note sur l’enfant (1969). In: Autres écrits. Paris: Seuil, 2001, p. 373-374.
  18. Bernardo Mecherif Carneiro, relator del trabajo donde he podido extraer el caso de Wesley, fue también el profesional del «!Fica Vivo!» que acompañó entonces ese joven. Gentilmente, él me presentó, en un mensaje electrónico el 29 de junio de 2011, algunos datos sobre el destino de Wesley. Lo agradezco por esa gentileza.
  19. LACAN, Jacques. Le séminaire. Livre XVIII: l’envers de la psychanalyse (1969-1970). Paris: Seuil, 1991, p. 68.
  20. Desde la sociología: ZALUAR, Alba. Nem líderes, nem heróis. In: ZALUAR, Alba (org.). Violência e educação. São Paulo: Cortez Editora, 1992, p. 19-35; ZALUAR, Alba. Teleguiados e chefes: juventude e crime. In: RIZZINI… [et allí]. A criança no Brasil hoje: desafíos para o terceiro milenio. Rio de Janeiro: Editora Universitária Santa Úrsula, 1993, p. 191-212. Para las experiencias de la acción lacaniana junto a jóvenes involucrados en actos violentos, más allá de los datos obtenidos en la ya mencionada investigación «La dimisión del padre y el dominio materno: incidencias sobre la violencia urbana», cito la tesis doctoral de Christiane da Mota Zeitoune, dirigida por Tania Coelho dos Santos: A clínica psicanalítica do ato infracional: os impasses da sexuação na adolescência. Tese do Programa de Pós-Graduação em Psicanálise. Rio de Janeiro: Instituto de Psicologia da Universidade Federal do Rio de Janeiro (UFRJ), 2010.
  21. LAMPEDUSA, Giuseppe Tomasi Di. O gattopardo (1955). Rio de Janeiro: Record, 2000. La frase literal de esa novela, pronunciada por Falconeri es la siguiente: «si vogliamo che tutto rimanga como è, bisogna che tutto cambi» («si queremos que todo permanezca como está, es necesario que todo se cambia»).

Fecha: 26/02/2011
Modalidad: Presencial
Lugar: Auditorio de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México/Plantel Centro Histórico

IV JORNADAS DE LA NEL-cf CDMX:
PRESENCIAS DEL ANALISTA TEXTO DE ORIENTACIÓN
EJE: Presencias… en la ciudad y la época

Un despertar

¿Cuál podría ser la incidencia política un poco más allá de esta presentación negativa?

Tal vez cierto efecto de despertar. Un despertar respecto de aquello de lo que en

definitiva se trata en los ideales sociales: del goce y de la distribución del plus-de-gozar.

 (Jacques-Alain Miler)

Desde hace tiempo los analistas hemos afrontado el desafío ético de hacer a un lado la rutina del consultorio y asumir una presencia en los dispositivos comprometidos con la salud mental en nuestras ciudades, así como en los debates públicos con el Otro social. En este aspecto, no cabe desconocer que, más allá de la vigencia del discurso del analista y sus consecuencias prácticas, en una perspectiva más amplia, se trata del consentimiento a la convocatoria de Lacan de alcanzar “una incidencia política donde el psicoanalista tendría su lugar si fuese capaz de ello”[1]. Por supuesto, para estar a la altura de la época, ello exige al deseo del analista el miramiento por los síntomas de la actualidad, los impases en lo social, y el aggiornamiento permanente respecto de los discursos emergentes que se imponen al compás de cada tiempo.

Ahora bien, ¿De qué presencia se trata?, ¿Cómo pensar esa presencia?

Más allá del analista causa del trabajo del sujeto supuesto saber, correspondiente a la dimensión transferencial del inconsciente, encontramos una clara orientación en el Capítulo X del Seminario 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Allí Lacan nos advierte sobre la presencia del analista, primordialmente, como una manifestación del inconsciente. Y es sólo desde ahí como tiene lugar su presencia real, más allá del par imaginario del a-a´, desidealizando, a su vez, la figura y la persona del analista, para reducir su función a la de un resto, “un resto fecundo” –en tanto una presencia muy particular que se pone en juego solamente en el arte de escuchar del analista. “El arte de escuchar casi equivale al del bien decir”[2].

Como vemos, ello no será ciertamente exclusivo de la experiencia analítica. Esta función estará activa en todos los vínculos donde se trata de la relación del sujeto con el saber y el goce. “Se trata en estos vínculos siempre de una relación transferencial encarnada en la persona que se supone agente de la acción, pero esa atribución de saber a la persona deja en realidad encubierta la relación del sujeto con el saber de su propio inconsciente, verdadero agente del vínculo”[3]. En la medida en que el analista con su acto recuerde la banalidad del sentido de las palabras, opere como el dedo elevado de San Juan tal como Lacan evoca en “La dirección de la cura”, señalando cómo somos hablados, que la referencia del lenguaje no existe, hará presente la perspectiva de lo real más allá de la realidad.

En este sentido, la ironía sirve muy bien a la posición del analista a la hora de perturbar los ideales sociales y revelar su naturaleza de semblantes respecto a un real que sería del goce. “Está más bien, como Sócrates, para hacer temblar, para hacer vacilar los ideales, a veces simplemente poniéndolos entre comillas, quebrando un poco los significantes-amo de la ciudad”[4]. Sin embargo, por otro lado, Lacan nos enseñó que los ideales son semblantes, arbitrarios, pero que esos semblantes son necesarios. La sociedad se sostiene gracias a sus semblantes, no hay sociedad sin identificaciones. Entonces si, por un lado, es cierto, el padre es un semblante, y, sí, se puede prescindir de él … sin embargo, no hay que olvidar que ¡a condición de saberlo utilizar!

Pensar la presencia del analista como la provocación de un despertar implica, necesariamente, sostener un deseo vivo. Seis años antes de su Seminario 11, en el texto La dirección de la cura y los principios de su poder, paradójicamente, Lacan dará al analista el lugar del muerto, dejando el yo a un lado para que pueda surgir el lugar del Otro para el sujeto, el inconsciente, su verdadera pareja, en el registro de lo simbólico. Es el lugar de la causa de la división del sujeto que Lacan formalizará más adelante con la función del objeto a, presencia irreductible.

Para finalizar, cabe mencionar el concepto de “acción lacaniana” que Jacques-Alain Miller ha propuesto para nombrar en el seno de la Asociación Mundial de Psicoanálisis la política de incidencia en los ámbitos políticos y sociales como el correlato del acto analítico en la sociedad. Si Lacan ha formulado que «No hay clínica del sujeto sin clínica de la civilización» es porque la topología del inconsciente lacaniano –allí donde el analista manifiesta su presencia- resulta, entre un afuera y un adentro, de una extimidad irreductible. ¿Cómo el deseo del analista pudiera, entonces, prescindir de la ciudad y la época?

 

[1] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.

[2] Lacan, J., El Seminario Libro 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Editorial Paidós, p. 129.

[3] Bassols, M., Presencia del analista, Cuadernos del INES Nro 14, Editorial Grama, p. 99.

[4] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.