Queridos colegas,
Comienzo recordando unas ideas de Jacques-Alain Miller en relación a qué es una Escuela:
«Una Escuela es muchas cosas:
Es una casa simbólica.
Es una casa en la realidad, que nos permite agruparnos.
Es un lugar donde se dirige la transferencia de trabajo.
Es un lugar inconsciente. Es partícipe de la otra escena; es como una encarnación del Otro para los analizantes y para los analistas; es un lugar donde hay juicios, donde las relaciones de unos con otros están en juego; es el lugar donde cada uno demuestra su relación con la autoridad, y la aceptación o no de la castración. Esto se puede ver en el análisis de cada quién. Hay toda una investidura que va más allá de la institución.
Es un instrumento. Esta perspectiva justifica la existencia de una Escuela. Lacan lo definió así, «un instrumento para el psicoanálisis», cuando decía que había que saber si el psicoanálisis estaba hecho para la Escuela o si la Escuela estaba hecha para el psicoanálisis. La finalidad es el psicoanálisis y la Escuela es un medio, un instrumento para adelantar las finalidades psicoanalíticas»[1].
Lo que no encontré escrito, ni aquí ni en ningún otro texto, es ¡¿cómo se crea todo esto?!
Al respecto, contamos con una frase que se ha dicho mucho: «Hay que hacer con lo que hay». Escuchada analíticamente, «hacer con lo que hay» solo puede referir al campo Uniano. al fundamento; esto quiere decir, con lo que hay de mi ser de goce, que puedo poner a disposición de la Escuela y, a partir de ahí, hacer con los otros. Las vías del síntoma, el fantasma, el imaginario, sólo resultan en el choque contra el otro; y luego, las consonancias subjetivas generan las alianzas que traen lo mortal del grupo, la tensión agresiva y su consecuencia, el apagamiento del deseo de habitar la Escuela. Indudablemente, con lo que hay del goce articulado al deseo por la Escuela, se va mejor.
Pasaron justo tres años de nuestra fundación como sede.
Al comienzo -me confieso- un impacto de desconcierto y absoluta soledad. ¿Y ahora, qué?
Como buena analizante, me dirigí al sujeto supuesto saber y encontré cosas interesantísimas en esa búsqueda apasionante que me habilitaba el diván, pero hacia las cuales el analista no dejó margen para la contemplación. Cual la astronauta Ryan Stone en la película Gravedad, se trataba de animarse al hiato de S(A/) y su abismo.
– «Houston no puede escucharnos, Kowalski» –le dice la Dra. Ryan desesperada.
– «No lo sabemos –le responde con serenidad el teniente veterano-, por eso, seguimos hablando, Dra. Stone.»
Encender la linterna, ubicar las coordenadas, saber dónde está el norte… Al llegar a la estación espacial internacional resultó que había que seguir hasta la china Tiangong. Y luego, ya a bordo de su nave de rescate, la Soyuz, los manuales eran ininteligibles; del radio sólo llegó la voz del pescador inuit de Groenlandia arrullando a un niño.
Cual héroe trágico, Matt Kowalski había caído despedido al vacío espacial.
¿Y, entonces…?
Y bien, o el drama galáctico o soltar al muerto y asegurarse en el sinthoma, abrochándose allí el cinturón con firmeza para pilotear la nave por el sinsentido, siguiendo las boyas de la orientación lacaniana, y cursando la travesía encomendada con los otros que, finalmente, sí están allí y que también eligieron hacerlo por deseo.
La misión era hacer ex – sistir la Escuela, saberla leer y levantar los obstáculos para que la vida fluya y lo analítico arraigue.
Hoy día tenemos en la Ciudad de México una casa simbólica y una casa en la realidad, con sus muros –los coloridos y los reales-; habitada por 29 colegas y muchos otros más, convocados en una transferencia de trabajo; que, por supuesto, tiene sus piedras –el elemento de la segregación de cada quién- pero también, el lazo. Tenemos análisis y analistas en formación; se produce saber: en la universidad, una maestría; en la sede, los carteles, los coloquios internacionales, las actividades regulares de formación, el seminario de investigación y el de textos políticos, el banquete de los analistas y los conversatorios de Escuela. Fue publicado el tercer libro de la sede «La clínica y lo real» y trimestralmente sale nuestra revista virtual «Glifos», que este mayo ya cumplió un año. Pasaron, además, las primeras jornadas locales y de carteles; cosechamos lazos con otras ciudades, tenemos una participación muy activa en la estructura interna de la NEL y con la FAPOL, vía las universidades y los observatorios –muchos acontecimientos y aún, cada vez, ese algo más, que demuestra que la Escuela garantiza formación.
En su visita en el 2012 Bassols, nos recordó una frase de Freud: «The struggle is not yet over»[2] –igualmente vigente hoy día. Tenemos un buen instrumento que augura una sede duradera para seguir avanzando, como se debe en psicoanálisis, poniendo a prueba los hallazgos del día anterior para volver a concebirse de nuevo y ampliar los horizontes.La durabilidad, a mi modo de ver, la garantiza la permutación, en tanto nos preserva el espacio vacío alrededor del cual nos constituimos, como Escuela y como analistas. Debemos cuidar de conservarlo. Por eso, hoy es un gran día.
Antes de concluir, quiero agradecer a los responsables de las comisiones de trabajo de estos años y a sus colaboradores. Especialmente, a Ana Viganó y a Irene Sandner, que conformaron conmigo este directorio poniendo, semana a semana, lo mejor.
A Graciela Brodsky y Guy Briole que nos acompañaron con dedicación y generosidad en este recorrido inaugural. A José Fernando Velásquez y Clara Holguin desde el Comité Ejecutivo y a Mauricio Tarrab, Angelina Harari y Flory Kruger desde la FAPOL. Todos ellos encarnaron los Otros de la referencia de este trayecto que nos trajo hasta aquí.
Entonces, como enseñó el amigo Matt, me despido como directora, y les pido también que me despidan –siempre hacen falta «dos» para que haya conclusión. Este viaje acabó.
Matt Kowalski, desde las galaxias, está gozando de la vista inigualable del sol sobre el Ganges. Por mi parte, yo seguiré sobre tierra firme en nuestro planeta Escuela, pero desde otro lugar –aunque, invariablemente, trabajando con el mismo compromiso y, en mi caso, con mi vista sobre las olas del mar, el mar siempre recomenzado[3] (como lo dice tan poéticamente Paul Valéry).
Hoy puedo decir que, definitivamente, ha sido ¡un gran viaje! Y que estoy muy feliz de haberlo realizado con todos ustedes.
Sólo me resta, agradecerles por compartir el deseo por esta Escuela, tan querida para mí, haciendo posible que tengamos una comunidad analítica en presente habitando en esta fabulosa ciudad; y entonces, invitarlos a que se abrochen firmemente sus cinturones y entreguen sus votos de confianza, porque después del siguiente lapso de sillas vacías, volveremos a despegar, esta vez con nuestra querida colega, Ana Viganó, conduciendo la nave, junto a los nuevos co-pilotos de directorio, Aliana Santana y Carolina Puchet.
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