Viviana Berger: Abrimos con esta conferencia la primera actividad que compartiremos con nuestra invitada internacional, que viene de la ciudad de Barcelona y que pertenece a la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP) que, como uds. sabrán es la Escuela de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) en España.
Agradezco en nombre de la NEL-Mx DF a las autoridades de la Universidad del Claustro de Sor Juana por darnos alojamiento en esta magnífica Casa, no sólo para esta conferencia del día de hoy día sino que en esta oportunidad, también el Seminario que llevará adelante nuestra invitada el día de mañana, tendrá lugar en este Claustro. Esto es una muestra del lazo de trabajo que se va consolidando cada vez más entre la institución y nuestra Escuela – y seguramente, muy pronto, se podrán dar a conocer nuevas propuestas para todos los que están en interesados en el estudio del psicoanálisis, que también tendrán lugar en esta Casa de Estudios. Menciono entonces, nuestra gratitud al Director del Colegio de Psicología, Juan Antonio González y a la Vicerrectora Sandra Lorenzano.
La visita de Anna Aromí coincide con un momento muy particular en la historia de la NEL-Mx DF. Como la mayoría de uds. sabrán, recientemente las autoridades de la Asociación Mundial de Psicoanáisis, de la FAPOL (Federación Americana de Psicoanálisis de la orientación lacaniana) y de la NEL, nos han nombrado Sede – es decir, hemos pasado de ser «Delegación» a ser «Sede» – esto quiere decir que hemos alcanzado la condición de «Escuela» de la NEL. Lo cual implica muchas cosas, entre ellas la consolidación y el desarrollo de una estructura fuerte y sólida para la formación de analistas – por la cual se viene trabajando desde hace muchos años. En este contexto, entre otras cosas, se modificará el formato de trabajo con nuestros invitados internacionales bajo la estructura de «Ciclos de Coloquios Internacionales» – muy prontamente encontrarán la información y detalles en la web.
Así es que la visita de Anna Aromí cierra el ciclo que ha sostenido y diseñado la Delegación México DF para inaugurar en el mes de febrero, una nueva modalidad de trabajo con los invitados internacionales, que ofrece la, ahora, Sede Nel-Mx DF, para asentar y colaborar en la formación de los analistas, que como todos sabemos es permanente.
Bien, ahora, les decía, Anna Aromí nos visita desde Barcelona. Ella es psicoanalista, Miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Es Coordinadora de la Sección Clínica de Barcelona. Ha sido Responsable Editorial de la Revista El Niño y Directora de la Colección de libros de la ECFB. Ha sido «impulsora» de las Tertulias de Cine y Psicoanálisis y de los Stages de los Grupos de Investigación del Instituto del Campo Freudiano en España. Tiene múltiples artículos publicados en libros y revistas del Campo Freudiano. Además es AE de la Escuela Una (nominada en 2013 – por lo cual, está en plena actividad en su función. Será un lujo nuestra Conversación de Escuela del domingo, sin duda).
Hay un significante que me llamó la atención de este breve cv – no sé si uds. lo han detectado también – dice «impulsora» de las «Tertulias de Cine y Psicoanálisis y de los Stages de los Grupos de Investigación del Instituto del Campo Freudiano en España». Si han leído el Radar, nuestro Boletín que con tanto esmero nuestra colega Paula Del Cioppo junto con Ana Viganó, han diseñado para esta oportunidad, seguramente acordarán conmigo en que esta palabra nos dice mucho de Anna Aromí. Hay una fuerza – según Anna – «sin explicación» que destaca como un rasgo muy singular. Una pasión y una energía que sabe contagiar y que ojalá los cause para resignar el descanso del fin de semana y seguir trabajando en conjunto, el día de mañana, acerca de estos temas tan interesantes que Anna nos propone. El Seminario de mañana lleva por título «Bord(e)ando la feminidad» y como ya les comentaba, tendrá lugar en esta Casa de Estudios.
Ahora sí, le cedo entonces la palabra a nuestra invitada. Luego de escuchar la ponencia que nos presentará, abriremos un espacio para preguntas y comentarios que se quisieran compartir.
Anna Aromí
En efecto, hay lujo en este lugar donde estamos, un lujo que tiene la particularidad de ser muy barroco y muy humilde a la vez. Un lujo raro. Vamos a ver si logramos hacer algo así con algunos términos del psicoanálisis; volverlos algo con el esplendor, el dorado, el color del Barroco, y a la vez con la simplicidad y la fuerza donde apoyar nuestro trabajo.
En primer lugar, me sumo a los agradecimientos a las autoridades universitarias que nos ceden esta hermosa sala y nos acogen. También quiero dar las gracias a mis colegas de la sede mexicana de la NEL por una invitación que me ha permitido venir por primera vez a México.
Cuando me llegó esta invitación por parte de Marcela Almanza y de Viviana Berger -a quien felicito por su reciente nombramiento como Directora de la Sede NEL México- y buscábamos un tema para esta conferencia, me vino la idea de hablar de la familia en psicoanálisis y así se lo propuse.
La familia no es un tema propiamente analítico. Los analistas no analizamos familias, aunque cada día escuchamos historias de familias por parte de los analizantes. La familia como tal no es un objeto de estudio del psicoanálisis, otros discursos son más competentes: desde luego el religioso, pero también la antropología, la historia, la sociología… Entonces, ¿por qué tendríamos que interesarnos, desde el punto de vista del psicoanálisis, en este tema?
Podríamos decir que entre la familia y el psicoanálisis hay lazos desde el comienzo del psicoanálisis con Freud. En primer lugar porque él hablo de las consecuencias psíquicas de lo que un niño vive en los primeros años de su vida, que son los que suele pasar en familia, y lo formalizó dándole el nombre de Complejo de Edipo. Hay que decir que el Edipo es uno de los significantes del psicoanálisis que ha tenido una amplia difusión en la cultura, que ha tenido «éxito»; después veremos qué ha pasado con este éxito. Ese lazo entre familia y psicoanálisis también lo encontramos en el hecho de que, de alguna manera, la familia misma de Freud forma parte de la historia del psicoanálisis. Con su hija Anna, analizante suya por un breve tiempo, que estaba llamada a ser su continuadora; con las cartas de Freud a su novia Martha Bernays, que luego sería su mujer; con la correspondencia con sus hijos y sus sobrinos hablando de las penurias de la guerra. Todo esto forma parte del legado que los psicoanalistas recibimos de Freud.
Por su parte, Lacan se inicia en el psicoanálisis con un trabajo que lleva por título Los complejos familiares. Hay que advertir que en la versión española, -no sé si en México existe una edición diferente-, apareció con el título injustamente recortado, La Familia, lo cual es un error porque no es lo mismo La familia que Los complejos. Y es exactamente lo que se dedica a distinguir Lacan en este texto, lo cual ya nos da una idea de lo que pensaba de la familia. En el fondo en La familia de lo que se trata para Lacan es de los complejos, y en ese texto aísla tres: el complejo del destete, el complejo de intrusión y el complejo de Edipo.
El complejo del destete es una manera de explicar desde el psicoanálisis la pérdida de un goce primero, la pérdida de un primer objeto. El complejo de intrusión es lo que Freud llamaba la aparición del primer extranjero, cuando a un niño le nace un hermano o una hermana, y la referencia de Lacan a este complejo es San Agustín, es la viñeta agustiniana. Y finalmente el Edipo. Es decir que para hablar de la familia, Lacan presenta estos elementos: el objeto, el otro y el Edipo.
Entonces, todas estas razones estaban claras para mí a la hora de elegir el tema de la conferencia para presentarme ante ustedes esta tarde. De alguna manera justificaban la elección, pero al mismo tiempo yo no podía evitar la impresión de que, por debajo, había otros motivos, aunque no sabía cuáles. Solamente después, preparando la conferencia de hoy y los seminarios de mañana y el domingo, pude darme cuenta de cuál era el verdadero motor que me había llevado a elegir este tema. De tan evidente, no lo podía ver. En efecto, ¿cómo podía haber olvidado?, ¿cómo venir a México y no hablar de la familia, cuando yo misma tengo familia en México?
Como Lacan nos enseñó a leer con el cuento de La carta robada, de Edgar Allan Poe, lo más escondido de cada uno no está en las profundidades, está en la superficie de las cosas.
Y es que, en efecto, el hermano de mi abuela paterna se refugió al final de la Guerra Civil española en México. Aquí fundó una nueva vida. Mi abuela paterna pertenecía a una familia muy extensa, con muchos hermanos y hermanas. Fue el hermano mayor, que era maestro, el que escapó del final de la guerra y de la dictadura franquista. En ese momento varios países latinoamericanos, Chile, Argentina, Colombia, Cuba, la República Dominicana, pero sobre todo México, fueron lugares de acogida y de refugio para los muchos españoles que tuvieron que marcharse al exilio. Para ellos México fue una puerta abierta a la vida en el sentido pleno de la palabra.
Alguien dijo que la verdadera tumba de los muertos está en el corazón de los vivos. Por eso, aprovechando la ocasión de estar hoy aquí, quiero no olvidar estos hechos para unirme a las voces que agradecen este acto que hicieron el gobierno y el pueblo mexicano. Estar en la universidad de México, que como institución alojó a muchos de los exiliados que encontraron un lugar para continuar su trabajo, es para mí un momento muy emocionante y una doble satisfacción.
Entonces de niña, -y esto seguramente es algo que tenía olvidado, reprimido, hasta preparar esta conferencia- México fue un significante rodeado de misterio, porque en mi familia no se hablaba de ese tío abuelo que se había exiliado. Si acaso se percibía algún indicio, de tarde en tarde, cuando llegaba alguna carta dirigida a mi abuela.
Yo solamente vi a la familia mexicana una vez. Debía tener seis o siete años cuando ellos vinieron a visitarnos. De ese encuentro solo recuerdo el intenso colorido que traían las mujeres: nunca había visto las uñas pintadas con colores tan vivos. Ese rasgo aisló la niña, que debió parecerle lo más exótico del mundo. Cuando acabó la visita todo volvió a su lugar y el transcurso de los días quedó recubierto por la capa gris del silencio. Esa capa gris que envolvería años después la muerte de mi hermana, de la que apenas se volvió a hablar en mi familia. Silencios, secretos, misterios.
Se podría decir que la dictadura franquista, en parte, daba el marco para entender algunos de estos misterios, pero eso no lo explica todo, ni mucho menos el silencio sobre la muerte de mi hermana. Hay otra cosa y es que, como sabemos por el psicoanálisis, cada familia tiene sus secretos. No hay familia sin secreto, sin silencio. No hay familia sin un punto del que no se habla. Sea cual sea, cada familia tiene el suyo. A veces explicitado, «este tema no se toca», a veces no. Es por esto que si seguimos a los que han llevado la experiencia de un análisis hasta el final, -porque un análisis en la Orientación Lacaniana se termina, después explicaré algo del cómo-, podemos decir que la familia, en su nivel más profundo, se traduce en el sujeto como esto: un silencio. Eso es lo que nos enseñan quienes hacen la experiencia de extraer de su inconsciente todas las marcas posibles que la familia ha dejado, que lo que queda es eso, un silencio, un misterio.
Para el psicoanálisis la familia es un tejido que permite que se envuelva un enigma. Un tejido de relaciones, de afectos y desafectos, pero sobre todo un tejido de palabras y de silencios que hacen que ese enigma sea transmisible de una generación a otra.
Y así hemos entrado en el tema de la familia, por la puerta del secreto. Es un poco paradójico, hay que decirlo, porque hoy en día parece que la familia como institución ya no tiene secretos o que todos ellos ya han sido develados. Se sabe cada día por los periódicos que las peores atrocidades ocurren en el seno de las familias. Se conocen a detalle abusos, malos tratos, estafas, engaños.
El Presidente de la comunidad autónoma en la que yo vivo, la de Cataluña, alguien que se había ganado el nombre de «Muy Honorable», actualmente está siendo investigado por asuntos de corrupción en los que estaría implicada su familia. Nadie piensa hoy que la familia sea un paraíso en la tierra, si es que alguna vez alguien lo pensó. Ni siquiera de las familias de la realeza se piensa ya eso.
Sin embargo todo esto no parece impedir que el significante familia disfrute de una excelente salud. Incluso que se haya abierto desde hace tiempo la extensión de su uso, por ejemplo llamando «familias monoparentales» a adultos que viven solos y sin niños, o en el reciente debate sobre la legislación de las adopciones por parte de parejas homosexuales en Francia. Es decir que el significante familia, a la vez que pierde sus antiguos oropeles, obtiene su máxima extensión. Esto es a lo que llamamos, desde el psicoanálisis, familiarismo delirante.
Si el significante familia despierta tantas pasiones quizá sea porque, como hemos adelantado, es un envoltorio eficaz para contener un enigma. Un enigma que todavía puede interrogar a los seres humanos. Digo todavía, porque no es seguro que esto dure siempre. Cierto discurso de la ciencia, el cientificismo, en alianza con el capitalismo, se propone hoy como un saber absoluto capaz de recubrir y de cifrar todos los mundos posibles. Un saber absoluto capaz de numerar, volver numerables, todos los mundos posibles. Esa es la falsedad y a la vez el peligro del cientificismo, que no reconoce ningún imposible. Según su pretensión no habría ya posibilidad de secreto ni de sorpresa.
El gran saber lo sabe todo, lo ve todo. Ese gran saber indica los pasos a dar en un mundo completamente uniformizado, como los protocolos o las guías clínicas para los profesionales. Si acaso el descubrimiento que propone esta falsa ciencia -pero tan falsa como hegemónica, que mi ironía no sirva para que ustedes lo olviden-, es qué parte de lo vivo se va a poder programar a continuación: el gen de la esquizofrenia, la enzima de la depresión. En el fondo poco importa porque la respuesta será la misma: «pase usted por la farmacia».
Si esta empresa tuviera éxito, si este comercio se extendiera sin lagunas, si este saber totalitario, sin amo y sin sujeto colonizara toda la actividad humana, sería el fin no sólo del psicoanálisis sino de lo vivo del ser humano tal como lo conocemos, en tanto que como ser de lenguaje no entra nunca completamente en la cifra, nunca consigue encajar del todo porque siempre tiene algo de radicalmente impredecible y de inequívocamente singular. Y si el significante familia nos interesa como psicoanalistas es porque describe una realidad donde todavía pueden existir estas lagunas, donde los sujetos no tienen todo prescrito, donde todavía no reina completamente el protocolo, aunque las familias están bastante protocolarizadas…
Es en estas zonas de sombra donde el sujeto y el deseo pueden surgir y ocupar cierto campo, donde el sujeto puede tener existencia en su singularidad. Este campo del sujeto y del deseo es el campo del que se ocupa el psicoanálisis, el campo abierto por Freud; también es el campo del síntoma. En realidad estos términos, -deseo, sujeto, síntoma- hacen referencia a una idea muy simple pero de amplias consecuencias. Esa idea es la suposición de que en la existencia humana hay algo que no depende solamente de la biología. Hay un condicionamiento biológico, pero eso no es el todo. El ser humano no depende sólo de la determinación genética o ambiental sino que depende también del hecho singular e irrenunciable de que habla y tiene un cuerpo. Eso es el inconsciente según la última enseñanza de Lacan, el hecho de que tenemos un cuerpo al que le pasan cosas y de que solamente tenemos las palabras para explicarnos y poner orden en esas cosas.
En la Orientación Lacaniana llamamos goce a las cosas que le ocurren al cuerpo, nos basamos en la idea de que los cuerpos gozan. Los cuerpos están hechos para eso, para gozar, pero gozan sin que el sujeto disponga de ningún libro de instrucciones para organizar ese goce. El psicoanálisis de Orientación Lacaniana se basa en este «no hay», no hay libro de instrucciones. Incluso la pulsión de la que hablaba Freud -que viene a ser el modo en que el goce se ordena en ciertos recorridos alrededor de los agujeros del cuerpo a los que convierte en zonas erógenas-, tiene un punto de no domesticable. Algo de lo que pueden dar cuenta los fumadores que intentan dejar de fumar…
El ser hablante está animado por un goce que no conoce límites y por eso necesita barreras que son las de la civilización, las de la educación, incluso las de la pulsión, porque sin todo eso el goce llevaría al sujeto a la autodestrucción. Por eso el psicoanálisis no puede ser optimista, ni debe, no tiene ninguna obligación de optimismo, porque sabe que existe algo que Freud llamo pulsión de muerte. Esto significa que nada está preparado, en el micromundo ni en el macromundo, para la felicidad de los seres hablantes. Y como analistas debemos poder reconocer este imposible.
Lacan cifraba en el Seminario de La ética del psicoanálisis el deseo del analista como un no desear lo imposible. Sin embargo, que el analista no deba desear lo imposible no significa que el paciente no lo haga. Justamente muchos de ellos llegan con esta carga. Y una parte del análisis consiste en que el sujeto aprenda a reconocer lo imposible y también a encontrarle una salida. Pero aquí hay que advertir que es un imposible relativo a cada caso, no se trata de un imposible de la realidad común. En cada sujeto hay una parte de imposible, de goce imposible de domesticar, que es lo que llamamos su trozo de real.
El secreto que recubre toda institución es justamente éste: todas las instituciones están creadas para refrenar el goce, también la familia. Además la familia es el banco de pruebas donde los niños pueden aprender a hacer con la pulsión. O la pulsión con los niños, depende desde donde lo consideremos. La idea es que la familia es el marco temporal durante el cual unos adultos se prestan para que los niños experimenten con el goce en un escenario protegido. Protegido sobre todo de las consecuencias de ese goce. Por eso Freud hablaba de la infancia como de un tiempo de «como si». Es el tiempo de la impunidad, en el sentido del tiempo anterior a tener que pagar por el deseo. Es lo que Lacan señala en el caso Juanito, que el síntoma fóbico en aparece cuando ese niño se queda a solas con su madre y en su cuerpo aparecen las primeras erecciones. Cuando esto ocurre ya no se trata solamente de un juego, porque el cuerpo ha entrado en otra dimensión. Pues bien, es esta dimensión del goce lo que siempre se teje en forma de secretos, los familiares y los otros.
Sobre el goce siempre planea un secreto porque es la manera que tenemos para representarnos el saber que falta, ese libro de instrucciones que no existe. El goce y el saber en este punto no armonizan, no hacen buena pareja y quizá por eso los seres humanos buscamos una buena pareja que nos dure para toda la vida. Bueno, eso de toda la vida se decía antes, ahora el toda la vida de las parejas dura un poco menos.
La idea del secreto familiar se basa en un goce que ha sido rechazado porque no ha podido ser nombrado, no ha encontrado la palabra para ser dicho. De esta manera lo imposible se disfraza de impotencia. De hecho es una de las cosas que primero se descubre en la experiencia de un psicoanálisis, los secretos de familia.
Hay un tiempo del análisis donde hablar de la familia está en primer plano, se trata de desvelar la verdad escondida en el enigma familiar, sea cual sea. Y se produce un paso importante cuando el analizante percibe que lo central para él ya no son esos secretos sino que reconoce que, en realidad, nunca fueron tan secretos. El analizante descubre que ya sabía.
El niño sabe, es uno de los primeros descubrimientos de Freud. Los niños son pequeños pero no son tontos, no son ignorantes. Ellos tienen su propia interpretación de lo que ocurre a su alrededor. No es una interpretación consciente, es el inconsciente el que hace esa interpretación, que se manifiesta en el síntoma. Esta interpretación infantil constituye una verdad para el sujeto, para cada uno. Aquí es importante que el analista no se confunda y que esa verdad sea la que prevalezca en el análisis, no una verdad pretendidamente objetiva. Es así como progresa el análisis y es así como el analizante puede recuperar una parte de sí mismo al reconocer que, de niño, sabía algo de eso que se le presentaba como secreto. El problema no era el secreto, el problema era que no sabía qué tenía que hacer con ese saber.
Hasta llegar al análisis cada uno transporta una serie de saberes, de verdades y de mentiras familiares que arrastra como un peso muerto porque no sabe ni cómo utilizarlas ni cómo desprenderse de ellas. Cuando alguien emprende un análisis, lo sepa o no, va a poner en juego este saber depositado en la familia y, con el trabajo analítico, ese saber va a desprenderse de su valor patógeno. Y si este alguien además se decide a llevar su análisis hasta el final puede encontrar su propia manera de hacer con ese saber.
En mi caso esto se pudo ver de una manera bastante clara. Hablo de mi caso en tanto que se puede considerar que como Analista de la Escuela (AE), que es el título que he recibido, soy el resultado de un psicoanálisis llevado hasta el final. Así que puedo decir que soy un resto, un resto producido por el final de un análisis. Un final que se ha verificado en un dispositivo altamente complejo, el pase, que es como llamamos en la Orientación Lacaniana al procedimiento específico para evaluar si un análisis ha concluido produciendo un psicoanalista.
Entonces, en mi caso el síntoma infantil era el miedo. Pasé la infancia bajo el signo del miedo, ante una sensación de caos familiar que invadía mi pequeña vida cotidiana. No era un caos real, mi casa no estaba especialmente desordenada, era un caos mental. Las cosas que yo no encontraba en su lugar eran cosas simbólicas. Por ejemplo, mis padres vivían muy apegados a sus propios padres. Mi abuela paterna, esa cuyo hermano se había quedado en México, vivía con nosotros, en nuestra casa. Los abuelos maternos vivían en la puerta contigua con mi abuelo ejerciendo de paterfamilias. Así que en realidad mis padres eran más hijos que padres. Por otro lado en mi familia los nombres tampoco me parecía que estuvieran en su lugar: se cambiaban unos por otros, se transformaban en diminutivos, se confundían permanentemente, de manera que nunca sabías si te estaban llamando a tí o estaban llamando a otro. Yo no encontraba un nombre que me perteneciera y que me diera un lugar estable.
Naturalmente todo esto no lo sabía como lo estoy diciendo ahora. Eso formaba parte de mi vida cotidiana, no se distinguía de la realidad. Es lo que llamamos el primer estadio del síntoma o su estatuto egosintónico, cuando no se distingue de la propia existencia del sujeto. Poder decirlo así, como lo acabo de explicar, haber construido el síntoma como una lógica, es producto de un análisis de larga duración. De niña lo único que sabía era que tenía miedo, que tenía pesadillas y que nunca sabía bien dónde colocarme. Entonces lo que hacía era imaginarme lugares donde esconderme, donde refugiarme.
Lo interesante en cada caso, incluído el propio, es ver cómo cada niño se inventa los refugios que necesita. Cada niño construye su familia con los elementos que tiene a su alcance para responder a los problemas que le plantea su existencia de ser vivo y de ser sexuado. En este sentido la familia es como un refugio. Es un lugar donde el sujeto puede colocar lo más íntimo de sus secretos, de sus anhelos, pero esos secretos no son sólo secretos para los demás sino, sobre todo, para él mismo. Esto es el inconsciente, lo que siendo lo más íntimo de cada uno nos resulta, a la vez, inaccesible.
En la pubertad, con la sexualización que comporta, me sentía un ser raro, no estaba segura de qué tipo de ser era yo. Alta, fuerte y zurda, eran las identificaciones que yo había tomado del Otro familiar y que me hacían sentir distinta de las demás niñas. El síntoma entonces se desplazó a la superficie del cuerpo, se sexualizó, pasó del miedo al miedo a enrojecer. Enrojecía cuando me encontraba en situaciones de poner en juego el deseo, por ejemplo cuando me cruzaba en la calle con algún chico y todavía más si el chico me gustaba, incluso solamente de pensar en él.
Lo que el final del análisis me permitió descubrir fue que la niña que se escondía de un miedo que no entendía, o de un caos donde no sabía situarse, en realidad era un modo de interpretar el silencio familiar. Un silencio que velaba el miedo reprimido de una generación que había vivido la Guerra Civil española. El miedo infantil interpretaba lo reprimido en la generación anterior.
El temor a enrojecer era la continuación de eso añadiéndole un color, tal como había aprendido que hacían las mujeres. Un color que, aunque incómodo cuando aparece sobre la superficie del cuerpo, me sigue marcando delante de los otros. Pero no me avergüenzo del color rojo.
Viviana Berger: Anna, maravillosa la conferencia, te agradecemos muchísimo.
Me parece que es una experiencia clara de lo que es la enunciación de un AE, de lo que es transmitir un tema a partir de la experiencia, del desembrollo propio en relación al tema, de la humildad en el concepto y a su vez la robustez, la precisión de la transmisión.
Estaría muy bien si quieren participar con comentarios y preguntas. Abrimos la conversación.
Asistente: En la globalización que estamos viviendo prácticamente en todo el planeta, hay una reestructuración en el concepto de la familia. ¿Hacia dónde apunta el destino de la familia con esta nueva realidad? No sé si tenga conocimiento de la historia de México, pero estamos viviendo un momento muy compulsivo, determinante en nuestra historia. ¿Hacia dónde apunta la estructura de la familia hoy en día?
Anna Aromí: Su pregunta me deja con mucha curiosidad, ¿cuál es su hipótesis?
Asistente: Mi hipótesis es que es una sombra, que no hay un concepto definido hoy en día de lo que es la familia. De ahí que estamos nosotros como parias, vagando sin sentido. Estamos en un caos nunca antes visto en la historia, un momento muy peligroso de la historia no solamente de México sino del mundo.
Anna Aromí: Yo no acentuaría ese lado aquí, aunque ciertamente vemos problemas muy graves y personas que sufren mucho, este momento no me parece más peligroso o más caótico que otros, cada momento lo es de una manera distinta. Me parece un momento donde algo se ve, donde algo se abre, y hay que aprovecharlo. Como referencia tomaría un clásico como Hannah Arendt, lo que dice en sus textos sobre la Crisis de la cultura o la Crisis de la educación. Arendt dice que las crisis son momentos de rotura del tejido social, y cuando este tejido se vuelve menos denso es cuando se puede ver un poco lo que hay debajo. Y lo que hay debajo es eso que usted con mucha precisión ha llamado parias: se ve que todos somos parias del Otro.
Ha habido muchos momentos en la historia -podemos llamarlos momentos de guerra o de crisis- en los que se ve la estofa de la que estamos hechos los seres hablantes. Ahí se puede ver el sustrato de lo que Freud llamó la pulsión de muerte. Freud sostuvo siempre esta idea, aunque fue muy criticada y le costó la amistad con algunos colegas como Jones, porque estaba convencido de que allí había un real, como decimos en la orientación lacaniana.
Por lo tanto una crisis es un momento para no asustarse, es un momento para leer bien orientados. El psicoanálisis tiene sus cartas de nobleza para entrar en el concierto de esas lecturas y realizar un aporte. Por ejemplo, lo que se aprende a partir de su clínica acerca de qué es una familia. Una familia es la invención de un niño. Los niños hacen de un señor y una señora, que quizá entre ellos tuvieron muy poca relación, una familia. Quizá el papá trabajaba lejos y no estaba en casa, quizá la mamá se casó enamorada de otro hombre… Uno de los casos que escucharemos el domingo ilustra la falta de deseo en una mujer embarazada que no podía imaginar al bebé, que no lo esperaba con ilusión como aquello que vendría a completarla. Es un caso que ilustra que no existe un instinto materno, que en las mujeres no hay algo que sí o sí las empuje a ser madres. Entonces, el que verdaderamente hace de estas piezas sueltas una familia es el niño. Lo hace porque necesita formar una trama para poder explicarse qué hace él en el mundo. Con los personajes que tiene a mano -papá, mamá, hermanos, abuelos…- conforma la trama. Los niños son poetas, son dramaturgos que escriben el libreto con el que establecen cierta coherencia para explicarse qué hacen aquí y de dónde vienen, pregunta que nunca se va a resolver del todo para ninguno de nosotros.
Me parece importante recordar esto porque nos permite conservar cierta serenidad. Una cosa es que no podamos ser optimistas y otra cosa es que no podamos estar serenos. No hay cosa que desangustie más que la lectura civilizada. Y lo digo en esta magna casa donde justamente había alguien que no solamente sabía leer sino también escribir.
Entonces, ¿qué derecho tendríamos, por ejemplo, a llamar «paria» a un niño de la calle? Porque si tomamos la familia como una red de relaciones simbólicas con las que el niño hace el tejido que organiza su inconsciente, ¿porqué un niño sin «papá-mamá-hermanitos» sería necesariamente un paria? Habría que verlo caso por caso, ¿no? Porque a lo mejor un niño de la calle viviendo con otros niños en la calle consigue organizarse un tejido fantasmático que le sirve para explicarse justamente que él no es un paria. Aquí nos podríamos acordar de Dickens, por ejemplo, que escribió en un momento en que también había una ruptura del tejido social, organizado en el modelo rural, porque se trataba de que los sujetos se adecuaran a la industrialización. Tenían que entrar en la máquina y ser parte de ella. En esa época Dickens hablaba de los niños que estaban solos en la calle, y hay que ver en sus cuentos qué construían esos niños a partir del grupo que organizaba el jefe de la banda de ladrones.
Es decir que en el psicoanálisis no partimos de lo que supuestamente es, o debería ser, una familia. Partimos de lo que monta cada sujeto, del dispositivo que monta el inconsciente para que un sujeto pueda plantearse las preguntas fundamentales de su experiencia y de su existencia. Esta es una aportación del psicoanálisis de Orientación Lacaniana para la lectura del momento en el que estamos: no segregar, acercarse caso por caso y ver qué es lo que pasa, escuchar a cada sujeto en su singularidad.
Asistente: Pensaba en lo que mencionabas como la transmisión del psicoanálisis, si de alguna manera esa transmisión podría ser algo que se efectúe de padres a hijos. Entonces, si pudiera existir una parte de los padres, llamémoslos analizados, que se postulara sobre los hijos. Y la segunda parte que pensaba es, ¿no será que de todos modos los hijos se tienen que deshacer de una parte de los padres?
Anna Aromí: En efecto existe una transmisión de padres a hijos y para el psicoanálisis lo que pasa de uno a otro, lo que se transmite, es la castración. Esa es la herencia: el «no hay». Lo que me parece problemático es la idea de «padre analizado», porque esas dos palabras «padre» y «analizado» son dos términos que no hacen relación entre ellos, no podemos decir que hay padres analizados. El analizante es un sujeto, nunca es un padre, porque cuando un analizante quiere hablar de sus dificultades como padre o como madre, ¿de qué acaba hablando?, de sus dificultades con su padre o su madre, es decir que habla en tanto que hijo, en tanto que ha montado el dispositivo simbólico al que estamos llamando familia. Es en este sentido que no hay padres analizados.
Ahora bien, ¿un analizante haría mejor de padre que alguien que no se analizara? No me parece posible afirmarlo porque el psicoanálisis no produce necesariamente mejores padres. Lo que un psicoanálisis puede producir es algo así como un afilar, como se afilan los cuchillos, lo digo pensando en que Lacan habla del filo cortante de la verdad freudiana y que podríamos aplicarlo aquí en el sentido del deseo; aunque eso a veces puede ser un inconveniente para los hijos porque si el padre ha afilado su deseo eso puede comportar para él un alejamiento de la figura del ideal paternal, protector, generoso, etc., a lo mejor empieza a tener menos paciencia, por ejemplo. Pero también es verdad que un análisis produce –debería producir- sujetos responsables de su deseo y de su goce, y por tanto de sus consecuencias. Pero como sabemos todo esto solamente se puede abordar uno por uno.
Asistente: A mí me queda la inmensa duda, ¿qué sería eso de ser un buen padre? Yo he escuchado decir «para ser una buena madre hay que ser suficientemente madre».
Anna Aromí: Sí, ¡pero también suficientemente mala! En el caso del padre podemos recordar que Lacan dijo, dirigiéndose a sus alumnos, que un padre merece el amor y el respeto si tiene su deseo perversamente orientado. No dice un buen padre, pero dice un padre; es decir que para merecer el amor y el respeto no habla de un padre de los cuidados o de la responsabilidad hacia los hijos, sino de que tenga un deseo perversamente orientado, o sea que haya hecho de una mujer el objeto a, causa de su deseo. Es una forma de decir no se es padre por ocuparse directamente de los hijos. Hay que pensar en Schreber, por ejemplo, que tenía un padre que se creía que era un padre. Y por otro lado esta perversión paterna -que es una père-version, una versión del padre, en francés- significa dirigir el deseo hacia una mujer y ocuparse de sus restos, de los restos de esa relación, que son los hijos. No creo que esto nos diga qué sería un buen padre, en caso de que existiera, pero sirve para pensar una versión de padre merecedor de respeto y amor.
Asistente: Retomando lo que decías hace un momento en relación a que, cuando recibimos a alguien, no escuchamos a padres, a madres, sino que escuchamos sujetos que hablan como hijos. Pienso en la práctica con niños, donde incluimos en el consultorio padres y madres. Si tuvieras alguna palabra que pudiera orientar en esta dirección, cómo recibimos a los padres y madres que acompañan a los niños en el consultorio. Bueno, los acompañan a veces, a veces juntos, a veces separados, son las múltiples variaciones, pero los recibimos en tanto que padres, a diferencia de la práctica con los adultos.
Anna Aromí: Primero tengo que hacer una consideración general para las personas que trabajan con niños, desde el campo del psicoanálisis o desde el campo de la práctica clínica. En algunas concepciones del psicoanálisis se considera que la práctica con niños es de rango inferior a la práctica con adultos. Esa no es para nada nuestra orientación.
No solo eso sino que Eric Laurent, un psicoanalista francés que ha escrito mucho y muy bueno sobre el psicoanálisis con niños, en uno de los seminarios que dio en Barcelona dijo algo muy divertido: dijo que él recomendaba a todos los analistas que atendieran por lo menos a un niño en su consulta. «Ponga un niño en su consulta», decía. Porque realmente lo que ocurre y lo que se aprende trabajando con niños no es lo mismo que con los adultos. Ahora, con lo que estamos trabajando en el Campo Freudiano sobre la psicosis y el autismo, quizá Eric nos diría «ponga un autista en su consulta». A propósito de esto, un colega y amigo de Barcelona, Iván Ruiz, ha hecho un documental que se llama «Otras voces» sobre un niño con síndrome de Asperger que les recomiendo. Habría que descompletar un poco el imaginario del analista en su consulta poniendo al paciente en el diván, además de que el diván cada vez se usa menos o al menos cada vez tenemos más pacientes con los que no usamos el diván, y no por eso su trabajo deja de ser analítico.
Dicho esto, algo que me orientó para trabajar con niños fue considerar la sexualidad femenina como condición preliminar a todo tratamiento posible con los niños. Hay textos preciosos y muy útiles de Jacques-Alain Miller y de Eric Laurent justamente sobre este tema, que se abre con la enseñanza de Lacan deducida del Seminario Aún, que es el Seminario a partir del cual la cuestión del goce femenino se vuelve central para la práctica analítica.
Otra cuestión que me parece preliminar al tratamiento con los niños es la de no precipitarse. Eso sirve también para los adultos, pero la práctica con niños tiene algunas particularidades. Y es que los niños llegan al analista con su Otro. Cuando vienen a traernos un niño -porque los niños normalmente no toman el teléfono y piden ver a un analista, aunque hay excepciones- no es raro que el niño llegue acompañado de una multitud. Muchas veces los padres no vienen solos, vienen con la escuela, el logopeda, el profesor de gimnasia, algún otro familiar, la canguro… Eso puede estar puramente al nivel del discurso, pero también puede intervenir al nivel de la realidad, es decir que a veces conviene hablar con algunos de esos Otros. Lo que hay que tener en cuenta es que en esta multiplicidad de figuras no es seguro dónde está ubicado el síntoma, el lugar del síntoma hay que buscarlo. Que un niño sea un síntoma para los adultos que viven con él no significa que tenga un síntoma que lo haga sufrir. Y eso hay que separarlo, hay que distinguir estas dos dimensiones. Que el niño sea un síntoma no debería llevarnos a considerarlo inmediatamente a él como paciente. Eso está hablando de su estatuto de objeto, que él tiene por ser niño. Entonces, si el niño es el síntoma, hay que localizar al sujeto que sufre de ese síntoma y no precipitarse para evitar producir la fijación del malestar en el niño, ya que el sujeto puede ser uno de los padres, un hermano… De manera que, a veces, hay un trabajo a hacer para localizar dónde está verdaderamente síntoma y dónde está el sujeto. Es distinto cuando en las primeras entrevistas podemos escuchar claramente que hay un sufrimiento en el niño, que lo expresa de las maneras como lo expresan los niños, pero escuchamos a un sujeto en el que hay una división, hay un malestar que requiere ser atendido.
Es algo simple pero que a mí me ayudó a orientarme en las entrevistas con los padres, donde a veces se produce una cacofonía y es difícil para uno mismo situarse. Mantener separadas las dos distribuciones del discurso orienta mucho la escucha. Y darse el tiempo necesario, porque no hay ninguna obligación de saberlo el primer día que llegan a la consulta. Yo recomiendo una flexibilidad operativa a la hora de citar a uno u otro de los padres, o citarlos a dos, hasta hacerse una idea del lugar que ocupa el niño y del lugar que ocupa el síntoma. Todo esto es al precio de no tomar los significantes tal como llegan, por ejemplo aunque se presenten «somos una familia» hay que ver qué hay ahí. Es lo mínimo que hacemos en un análisis, levantar los significantes y ver qué hay ahí debajo.
Asistente: Yo quiero llamar tu atención para regresar a algo que se planteó anteriormente. El chico que habló antes hizo dos planteamientos. Tú atendiste el primero pero dejaste de lado el segundo. Él preguntó qué del padre hay que sacudirse y te pido por favor si pudieras retomarlo.
Anna Aromí: Hay ciertas cosas del psicoanálisis, ciertos enunciados, que han pasado al uso social, al uso banal, en la lengua común. Es lo que ha pasado con el Edipo, entre otros, y que después se han convertido en cualquier cosa, como «reflotar la autoestima» o «gestionar las emociones». Si alguien quiere gestionar algo tiene que ir a un gestor, o a un banco, el psicoanálisis no enseña cómo gestionar porque la pulsión no se gestiona. La llamada «autoestima» es un envoltorio narcisista de la pulsión y no le hace ninguna falta que nadie la reflote porque se mantiene muy bien a flote ella sola.
Prefiero ironizar un poco sobre todo esto porque son significantes que aplastan el discurso. Eso de matar al padre se puede leer en los periódicos, es la parte de Freud que ha entrado en la civilización, lo que también tiene sus inconvenientes porque Lacan es tajante cuando dice que no hay más allá del padre, cuando dice «del padre a lo peor». No hay mejor que el padre. El padre es un irreductible. Pero para entender esto no hay que reducir al padre a su figura imaginaria. En general los padres de los neuróticos son un poco flojos. Los padres de las histéricas suelen ser un poco flojos: por eso son histéricas, en el sentido de que la histeria se define por levantar al padre. La histeria es una manera de hacer de un señor un poco flojo un Padre, escrito en mayúsculas, que mande, aunque sea para después desobedecerlo.
Ahora bien, un análisis llevado hasta su término puede curar de la neurosis, si entendemos que la neurosis es la creencia en el padre. El neurótico cree que si las cosas no le van bien es por culpa del Otro, de su padre, esa sería la traducción del Edipo. De eso un analizante se puede curar al final de un análisis, es lo que antes hemos dicho de volverse responsable uno mismo de su deseo y de su goce, pero Lacan dice que la histeria no se cura. ¿Por qué? Me parece que eso tiene que ver con el deseo, pero además porque hay algo en el padre que es irreductible. Es lo que con la última enseñanza de Lacan estamos aprendiendo, que si no hay algo que funcione como padre, los nudos de los que está hecha la realidad de los seres hablantes se deshacen. Esos nudos están hechos de elementos imaginarios, simbólicos y reales, con eso se hace una realidad vivible, pero para que se sostenga como realidad hace falta un elemento más que impida que se dispersen. Por ellos mismos, imaginario real y simbólico no se mantienen juntos, no hay nada que los reúna, que haga función de sinthome, de grapa. Y el padre es una de las posibilidades de hacer esa función.
Sobre esto Lacan dice dos cosas que conviene retener: por un lado dice «del padre a lo peor». Esto es, nada garantiza que salir del reino del padre implique entrar en un reino mejor, porque el otro reino es el de la madre y no es mejor que el del padre porque es el reino del goce. Por otro lado dice «del padre uno puede pasarse a condición de servirse de él». Es decir que se puede «matar» al padre, o sacudírselo de encima, a condición de usarlo. Esta formulación «servirse de él» es la que usamos para referirnos al síntoma en un análisis llevado hasta el final. El final del análisis no es la identificación con el padre, no es mantener al padre como un ideal. Es un saber hacer con el goce, con el propio y con el del otro, aunque este saber no sea una fórmula infalible por lo menos es un saber ubicarlo.
Asistente: Pensaba en esto de ir más allá del padre. Que cada uno se psicoanaliza lo mejor que puede, pero que no hay un ideal.
Anna Aromí: No, no hay un ideal. Esta pregunta enlaza con otras que se han hecho sobre el momento histórico donde la figura del padre servía para recubrir la inexistencia del Otro. Porque, finalmente, ¿qué significa que el Otro no existe? Significa que no hay nadie para garantizar que las cosas funcionen siempre de determinada manera, que no hay un responsable último. De hecho nunca lo hubo, pero la religión daba la sensación de que sí. La familia también daba esa sensación, esa cobertura con la historia familiar, con las generaciones, el abuelo, etc… pero en realidad ni el abuelo ni todas las generaciones tenían la respuesta a la pregunta del niño o de la niña sobre su venida al mundo, sobre qué hace cada uno como pieza suelta en el mundo. Esa respuesta la tiene que inventar cada sujeto. Lo mismo ocurre con la cuestión de qué hacen ciertos órganos en el cuerpo, cuando se agitan sin permiso y empiezan a dar satisfacciones y excitaciones en momentos en que el sujeto no se lo espera… No existe un Otro que sea garante de dar una explicación, no lo ha habido nunca, pero los ideales, la religión, los discursos trataban eso, lo velaban.
Para los que nacimos y vivimos una parte importante de nuestra vida en el siglo XX decir esto puede sonar a lamento. No debería serlo, pero en todo caso lo que es seguro es que nuestros hijos pertenecen a otra época, como los jóvenes y los niños que atendemos. Ellos no lloran por este padre perdido. Ellos son de la época de internet, si viven en la parte rica del mundo, su lazo social pasa por circuitos como el WhatsApp, saben dónde está cada uno y después los cuerpos se encuentran. El cuerpo tiene un estatuto diferente. Claro que esto cambia las cosas, pero también cambió las cosas la rueda. No hay que ceder a la tendencia a dramatizar, no tenemos ningún derecho a imputar las propias neurosis y añoranzas a otros que no las tienen.
Asistente: Durante tu presentación te referías a la intervención del discurso científico en nuestros días, que va de la mano del capitalismo. ¿Qué influencia ha tenido este avasallador discurso científico en la familia?
Anna Aromí: Eso nos llevaría muy lejos, pero para resumir lo diría con un par de witz. Un niño recrimina a sus padres: «mis amigos de la escuela explican cosas fantásticas de cómo nacieron. A uno lo fueron a adoptar a China, en un avión, después de hacer un montón de papeles y visados; otro nació en una probeta, en un laboratorio lleno de médicos y de tubos de ensayo; y yo solamente puedo decirles que nací porque un día mi mamá y mi papá hicieron el amor…».
En el otro lado tengo un ejemplo que pescó Judith Miller en la época en que nos ocupábamos juntas de la Revista El Niño. Ella, que dirigía la revista, es hija de Lacan y tiene un oído muy fino, y en una entrevista con un médico escuchó que algunas parejas, antes de hacer la inseminación artificial, tenían relaciones sexuales. «¿Sabe qué doctor? –le decían al médico- cada vez que sabemos que vamos a venir para hacer la punción, la noche antes hacemos el amor. De esta manera si hay embarazo nunca sabremos si fue por la punción o fue por el amor».
Si podemos hablar de la falsa ciencia es porque los científicos serios reconocen que hay lo imposible, es decir que hay cosas para las que la ciencia no tiene respuesta y no la tendrá. Esto lo dicen los astrónomos, los investigadores, y por eso la verdadera ciencia seguirá viva. Pero la falsa ciencia, ¿en qué es falsa? En que pretende que se puede cerrar el círculo, en que excluye, segrega, lo imposible de saber. En realidad los verdaderos científicos están como el niño diciendo «¿y la existencia, de dónde sale?». La existencia de los astros, la existencia del ser humano, la existencia del último elemento que contiene la vida. Y es que no tenemos la explicación para lo que es nuestra presencia en la existencia. Ese saber falta. Por eso los sujetos que tienen ética -porque también están los cínicos, eso es otro cantar- en algún momento se angustian.
Viviana Berger: Mi impresión es que nos has hecho pensar y nos quedamos con las resonancias, cosas que podemos llevar un poco más lejos en torno a la familia. Tengo la sensación de que nos vamos con un oleaje de ideas y preguntas.
Anna Aromí: Quiero terminar diciendo algo que había preparado y que es un homenaje a los colegas que sostienen la Escuela, tiene que ver con el hecho de ser miembro de una Escuela de psicoanálisis. Tengo la impresión de que la huella que dejó Freud con el Edipo es algo difícil de olvidar, pero sin embargo con Lacan nos vemos llevados a trascenderla. Y es que cuando el psicoanálisis funciona es cuando alguien se puede reconocer en su orfandad. Todos somos huérfanos. Esto lo saben los analizantes en un análisis que dura, incluso antes de llegar al final. Cada uno es un exiliado del Otro. Por eso necesitamos inventarnos un Otro al que acogernos y que nos acoja, pero sin segregar lo original, lo raro, lo singular de cada uno. Esto es lo que ofrece un psicoanálisis, a cada sujeto y al mundo contemporáneo y es lo que una Escuela puede ofrecer a los analistas.
Muchas gracias.