Amor al inconsciente

Paula Del Cioppo

En la última Conversación de Escuela Anna Aromí dio testimonio de su pase. Esta noche fuimos convocados para hablar del pase y la transmisión, sin embargo el paso de la Analista de la Escuela por la sede de la NEL México dejó huellas indelebles también en otro sentido.

Con su recorrido institucional, sus cuestionamientos, su inquietud por conocer este país, -no sólo los museos y los monumentos, también el metro, la calle, los olores, los sabores y los escondites que forman parte del México vivo-, Anna pasó y pisó fuerte al subrayar que el psicoanálisis está inexorablemente ligado a los asuntos candentes de su sociedad y de su tiempo. En ese sentido me siento interrogada por los crímenes de lesa humanidad que ponen en entredicho la calidad de nuestra democracia y estremecen a la sociedad en estos días. Ante la tragedia humanitaria me pregunto si hay algo para decir desde el discurso analítico o si estamos frente a un agujero en el saber, algunas preguntas y pocas respuestas.

En principio, ¿cómo afecta la situación de violencia generalizada la práctica de nuestra disciplina? ¿Qué transferencias y lazos de trabajo podremos construir en una sociedad donde la ley es arrasada por la impunidad? ¿Qué provocaciones podremos inventar para pasar de la indignación a la acción con dignidad? ¿Qué condiciones para ejercer la ciudadanía –libertad, debido proceso- están en los fundamentos mismos de una práctica cuya brújula es el amor al inconsciente? ¿Qué le sucede a la dignidad cuando la guerra toma el lugar de la política?

Para la conversación de esta noche extraigo dos palabras del testimonio que Anna Aromí leyó el 7 de septiembre en esta sede: vida y amor. Dijo que el psicoanálisis le cambió la vida y que esto no es una exageración. Retomo «no es una exageración» para referirme también a mi propio caso. El psicoanálisis sí puede cambiar una vida. Puede hacerla apetecible, generosa, valiente y arriesgada. Pero para que eso suceda es necesario dar todos los rodeos por el semblante -y también por el silencio- que nos permitan vaciar y labrar. Dar es una palabra fuerte porque nos habla de una cesión, de una donación. Dar y en el mismo movimiento producir una vuelta de tuerca sobre las cosas.

Vaciar el sentido y llevarlo, como en el caso de Anna, al extremo de un resto de canción, de una nana, es una experiencia que requiere de mucha dedicación. Un resto que no es de la letra de la canción sino del tono… un tono triste. Una nimiedad que, sin embargo, arrastra una fuerza brutal: la de atraer hacia sí el arsenal de la defensa y el aparato de sentido que intentará darle un lugar, una razón de ser, una narrativa, un recubrimiento que vuelva soportable la perturbadora convivencia con un pedazo de lo vivo.

Labrar un agujero. Aquí retomo otro asunto que planteó Anna Aromí en su testimonio de pase: la docilidad a lo real. Porque para lidiar con lo no sabido y no morir en el intento es necesario desarrollar una particular tolerancia hacia lo que no encaja, hacia lo que permanece disjunto. Hacia lo que es una cosa y es la otra, ambigüedad que nos deja en un lugar incómodo e incierto.

Docilidad a lo real. ¿Cómo interpretarlo?

Una manera posible de entenderlo es como un desplazamiento de la complicación a la complejidad. De la complicación y los enredos del fantasma y la creencia en el Otro hacia el encuentro de la belleza en la complejidad al punto de volverlas sinónimos.

Complicación y complejidad. Lugares y lazos muy diferentes.

Abrazar la complejidad, mirarla de frente y amarla por lo que no es, por lo que no hay, por lo que no resuelve. Soportar su silencio, su vacío, y ponerla en el mejor de los casos al servicio de la transferencia de trabajo con los Unos que habitan la Escuela. Encontrar el buen cemento para pasar del emplasto, decía Anna Aromí en su exposición durante la última sesión del SIC. Y qué será el buen cemento sino algo del orden del hacer y del uso, la torsión del síntoma en una experiencia donde ya no reine el malestar. Porque si bien desde la experiencia analítica constatamos que el malestar es ineliminable, no por ello tiene que ser el Rey. Una torsión donde el deseo desafíe permanentemente al malestar, le salga por la tangente y le dé la vuelta con decisión, con astucia y con audacia.

Fecha: 09/10/2014

 

IV JORNADAS DE LA NEL-cf CDMX:
PRESENCIAS DEL ANALISTA TEXTO DE ORIENTACIÓN
EJE: Presencias… en la ciudad y la época

Un despertar

¿Cuál podría ser la incidencia política un poco más allá de esta presentación negativa?

Tal vez cierto efecto de despertar. Un despertar respecto de aquello de lo que en

definitiva se trata en los ideales sociales: del goce y de la distribución del plus-de-gozar.

 (Jacques-Alain Miler)

Desde hace tiempo los analistas hemos afrontado el desafío ético de hacer a un lado la rutina del consultorio y asumir una presencia en los dispositivos comprometidos con la salud mental en nuestras ciudades, así como en los debates públicos con el Otro social. En este aspecto, no cabe desconocer que, más allá de la vigencia del discurso del analista y sus consecuencias prácticas, en una perspectiva más amplia, se trata del consentimiento a la convocatoria de Lacan de alcanzar “una incidencia política donde el psicoanalista tendría su lugar si fuese capaz de ello”[1]. Por supuesto, para estar a la altura de la época, ello exige al deseo del analista el miramiento por los síntomas de la actualidad, los impases en lo social, y el aggiornamiento permanente respecto de los discursos emergentes que se imponen al compás de cada tiempo.

Ahora bien, ¿De qué presencia se trata?, ¿Cómo pensar esa presencia?

Más allá del analista causa del trabajo del sujeto supuesto saber, correspondiente a la dimensión transferencial del inconsciente, encontramos una clara orientación en el Capítulo X del Seminario 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Allí Lacan nos advierte sobre la presencia del analista, primordialmente, como una manifestación del inconsciente. Y es sólo desde ahí como tiene lugar su presencia real, más allá del par imaginario del a-a´, desidealizando, a su vez, la figura y la persona del analista, para reducir su función a la de un resto, “un resto fecundo” –en tanto una presencia muy particular que se pone en juego solamente en el arte de escuchar del analista. “El arte de escuchar casi equivale al del bien decir”[2].

Como vemos, ello no será ciertamente exclusivo de la experiencia analítica. Esta función estará activa en todos los vínculos donde se trata de la relación del sujeto con el saber y el goce. “Se trata en estos vínculos siempre de una relación transferencial encarnada en la persona que se supone agente de la acción, pero esa atribución de saber a la persona deja en realidad encubierta la relación del sujeto con el saber de su propio inconsciente, verdadero agente del vínculo”[3]. En la medida en que el analista con su acto recuerde la banalidad del sentido de las palabras, opere como el dedo elevado de San Juan tal como Lacan evoca en “La dirección de la cura”, señalando cómo somos hablados, que la referencia del lenguaje no existe, hará presente la perspectiva de lo real más allá de la realidad.

En este sentido, la ironía sirve muy bien a la posición del analista a la hora de perturbar los ideales sociales y revelar su naturaleza de semblantes respecto a un real que sería del goce. “Está más bien, como Sócrates, para hacer temblar, para hacer vacilar los ideales, a veces simplemente poniéndolos entre comillas, quebrando un poco los significantes-amo de la ciudad”[4]. Sin embargo, por otro lado, Lacan nos enseñó que los ideales son semblantes, arbitrarios, pero que esos semblantes son necesarios. La sociedad se sostiene gracias a sus semblantes, no hay sociedad sin identificaciones. Entonces si, por un lado, es cierto, el padre es un semblante, y, sí, se puede prescindir de él … sin embargo, no hay que olvidar que ¡a condición de saberlo utilizar!

Pensar la presencia del analista como la provocación de un despertar implica, necesariamente, sostener un deseo vivo. Seis años antes de su Seminario 11, en el texto La dirección de la cura y los principios de su poder, paradójicamente, Lacan dará al analista el lugar del muerto, dejando el yo a un lado para que pueda surgir el lugar del Otro para el sujeto, el inconsciente, su verdadera pareja, en el registro de lo simbólico. Es el lugar de la causa de la división del sujeto que Lacan formalizará más adelante con la función del objeto a, presencia irreductible.

Para finalizar, cabe mencionar el concepto de “acción lacaniana” que Jacques-Alain Miller ha propuesto para nombrar en el seno de la Asociación Mundial de Psicoanálisis la política de incidencia en los ámbitos políticos y sociales como el correlato del acto analítico en la sociedad. Si Lacan ha formulado que «No hay clínica del sujeto sin clínica de la civilización» es porque la topología del inconsciente lacaniano –allí donde el analista manifiesta su presencia- resulta, entre un afuera y un adentro, de una extimidad irreductible. ¿Cómo el deseo del analista pudiera, entonces, prescindir de la ciudad y la época?

 

[1] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.

[2] Lacan, J., El Seminario Libro 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Editorial Paidós, p. 129.

[3] Bassols, M., Presencia del analista, Cuadernos del INES Nro 14, Editorial Grama, p. 99.

[4] Miller, J.-A., El psicoanálisis, la ciudad y las comunidades.